Me
miró con cara de no entender ni media palabra, y en ese momento me pregunté si
de verdad no había conseguido empeorar la situación.
El
resto del camino lo recorrimos en silencio. Habíamos dejado la playa atrás y
nos adentrábamos en el bosque, que no era tan frondoso como parecía. El suelo
estaba cubierto de ramas rotas, troncos caídos y hojas secas que me
cosquilleaban los pies. El cantar de los pájaros inundaba el lugar y se podían
oír los tímidos correteos de los animales. Se respiraba un aire limpio y
fresco. El viento removía las copas de los árboles y el roce de las hojas
producía la relajante canción de la naturaleza. Sin duda, este lugar, sea cual
sea, cada vez me impresionaba más. Durante el camino, tuve tiempo de analizar
mejor a mi nuevo amigo Ken y, al ver su ropa, me pregunté cómo no me había dado
cuenta antes de lo andrajoso que estaba. Llevaba un pantalón largo hasta las
rodillas hecho de una tela fina y no muy cuidada, al igual que su jersey, y
calzaba unas sencillas alpargatas. A su espalda colgaba un pequeño saco lleno
de flechas y agarraba un arco en su mano derecha. En resumen, tenía una pinta
bastante anticuada. Entendí todo aquello cuando, después de un rato caminando,
llegamos a una aldea situada en un extenso prado. Las diminutas casas hechas de
madera no muy trabajada se agrupaban en reducidos núcleos alrededor de pequeños
huertos cercados. Había mucha gente en movilidad. Algunos trabajaban en los
huertos, otros almacenaban la comida o cuidaban animales. Lo que más me llamaba
la atención es que todo era muy rudimentario, muy rural, muy rústico. Parecía
una aldea de hace siglos y, desde aquel momento, me di cuenta que lo más
importante no era saber donde estaba, sino saber en qué año me encontraba.
-Por
fin hemos llegado-suspiró Ken interrumpiendo mis pensamientos- Esta es mi
aldea. Viltrania. ¿Qué os parece?- terminó diciendo con una amplia sonrisa.
Yo
no sabía que decir. Por un lado acababa de descubrir que, no sólo había
aparecido de repente en un lugar desconocido, sino que también había aparecido
de repente en un lugar desconocido en plena edad media. Por otro lado, tenía
que admitirlo, la sonrisa de Ken era excepcional.
-La…
La aldea está… muy bien-dudé.
-Entonces
seguidme, os presentaré a los demás-decía él mientras se acercaba a la multitud
con pasos decididos.
-¡Espera!-grité.
Casi me arrepentí de haber gritado tanto.
Ken
se paró en seco y me miró extrañado.
-¿Ocurre
algo?
“Sí.
Desde luego que ocurre algo.”
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