Ya hace muchos años, en la pequeña cabaña del pueblo de mis padres, conocí a mi primer amor. Era una tarde de verano, mi hermano había decidido ir al centro del pueblo a por un poco de fruta para tomar de postre. Tras un par de horas de su marcha, regresó acompañado por él que sería una de las personas más importantes de mi vida.
Se llamaba Brian, era un chico más bien alto y de pelo castaño. Me sorprendió verle ya que cuando le saludaba me miraba mal y después se giraba intentando hacer que no me había visto.
Mi hermano le había traído para que le ayudase con el embarcadero y le pagaría unas cien pesetas por dicho trabajo, por lo que aceptó encantado. Al verme se quedó un poco sorprendido y se puso colorado. Esto me hizo extrañarme pero pasé de largo como para que viese lo mal que sentaba tal cosa.
Al día siguiente, volvió a pasar por casa, pero esta vez se mostró más amable y me pidió perdón por su tarto. Los siguientes días fueron risas constantes y al final, sin darme cuenta, le trataba con más cariño que a nadie. El último de ese magnífico mes, apareció en la puerta de mi casa con dos entradas para el cine que no puede rechazar.
Éramos bastante diferentes pero eso nos unía más que a nadie y cada vez le quería más. El tiempo a su lado volaba y cada vez el día tenía menos horas. Fue mi primer amor de verano. Cuando este acabó, nos depedimos con una triste lágrima y me prometió que me escribirí durante todo el año.
Promesa que no cumplió, eso me pareció a mí. El día de mi boda, cinco años después de esta hermosa historia, fui a Correos a por un paquete y, allí estaban mis carta. Eran unas dos mil pero aún así me casé y es resto de la historia ya os la sabéis. Únicamente le vi una vez más pero no me reconoció.
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