miércoles, 24 de abril de 2013

"No todo lo que se cuenta ha pasado" de Álvaro Salcedo


Salí a la calle y estaba vacía. La cosa era extraña porque era un día especial para el pueblo de Guadalix. Todo el mundo sabía que hoy ocurriría lo inesperado, lo contado en televisiones, periódicos, radios… un gran hallazgo, descubrimiento o como dice mucha gente en el pueblo, “LA GRAN CLONACIÓN”.
Pero era extraño, y ¿sabéis por qué? Claramente podían ocurrir dos cosas. O que  todo el pueblo estuviese en misa, lo cual era muy extraño en un pueblo con tanta diversidad de culturas, o que hubiese llegado la noticia a la gente de lo que Rubén y yo vimos el martes de la semana pasada. Y no es que me refiera a lo que vimos en el bunker, zona últimamente muy visitada por los jóvenes del pueblo, sino lo que vimos en aquel almacén abandonado a las afueras de Guadalix. Seguramente faltasen diez kilómetros aproximadamente para llegar a Soto, el lugar donde nos dirigíamos con nuestras bicicletas. Al principio, como a toda persona de entre trece y quince años, solo se nos había ocurrido meternos en el terreno y curiosear un poco. Lo malo llegó cuando mi inteligente amigo Rubén  se le pasó por la cabeza entrar por una de las puertas traseras. En efecto, lo hicimos, ya que nos picaba la curiosidad de saber porque era la única puerta abierta de todo el almacén.
No mucho rato después, escuchamos a alguien entrar, y rápidamente tuvimos que escondernos; en la salida estaba la misteriosa persona y dos mujeres rubias de tez morena, eran las grandes descubridoras, nadie sabía cómo una rusa y una noruega se podían parecer tanto, pero eran completamente iguales. La más alta, Masha Vasiliev, era un excientifica de ideas políticas anárquicas, y la de espaldas más anchas era Sasha Montlovri que coincidió con Masha en una convención de mutaciones genéticas.
Lo que mi buen amigo y yo no sabíamos es que la persona extraña era nuestro alcalde, el señor Orejas. De todas formas en ese momento lo único que queríamos era irnos de vuelta a casa.
Rondando las ocho y media de la tarde, y sin haber podido salir de allí, vimos cómo destapaban “la máquina”. Después de esto, evitando ser cogidos por estos tres personajes salimos huyendo de allí…
Cuando llegamos a casa prometimos esperar al día de la clonación para poder contar lo visto pero, al parecer, a alguien se le había olvidado cerrar la boca.
Nadie salía de su casa. Creo que yo era en ese momento la única persona que estaba al descubierto. La gente se asomaba al balcón para saber quién era el valiente que se atrevía a salir de su casa. Resultó que si se le había ido la lengua un poco a Rubén. En la plaza, estaban esperando el Orejas, y las dos científicas. Nadie sabía para qué sería la tan nombrada máquina. Solo lo sabíamos Rubén y yo, que escuchamos toda la larguísima conversación en aquel extraño almacén.
Seguramente ese justo día Rubén no podría ver lo que estaba ocurriendo. Él había enfermado días antes con gripe y pese a la fiebre que tenía, vino conmigo a la plaza. El alcalde empezó a hablar, aunque fuese simplemente para nosotros, aunque gracias a dicho discurso la gente empezó a salir de sus casas para oírle.
“Muchas mentiras se han contado”, decía el representante local. “La verdad se contará, solo tienen que esperar cinco minutos o incluso menos”. De repente de una de las callejuelas que daban a la plaza se escuchó un gran estruendo, y en cuestión de segundos, el  hijo biológico del secretario del alcalde era doble. Nadie se lo podía creer. ¿Sería un milagro o quizá un hecho científico? Lo que todos estábamos seguros es que era real y que no tenía ni malformaciones ni nada por el estilo. Aunque, claro, no todo el mundo sabía las consecuencias de tal forma de multiplicarse. Era hora de que mi amigo el bocazas y yo hablásemos.
Horas después de prestarnos atención muy atentamente, el individuo multiplicado empezó a notar los síntomas contados. En aquel momento y para que no se le pudiese culpar de nada, el Orejas se tiró y rápidamente el individuo multiplicado se lo comió. Nunca más se volvió a saber del alcalde, y el individuo desapareció. Las científicas fueron detenidas y condenadas a muerte.
Casi nadie cree dicha leyenda pero, ¿y si esto hubiese ocurrido de verdad? ¿Y si el individuo no hubiese muerto aún?
Recuerden, algunas historias son ciertas. Otras, en cambio, aún no han ocurrido.

martes, 23 de abril de 2013

"Agonía en la ciudad" de Paula Nuevo


Salí a la calle y estaba vacía, mi desesperación crecía  desenfrenadamente, a medida que me tambaleaba sobre la grava del asfalto. Finalmente, mis piernas fallaron y me desplomé sobre la carretera.
Yací en el húmedo asfalto, entre sollozos y lamentos. Una vez que no hubo más lágrimas que derramar comencé a buscar respuestas para las preguntas que se amontonaban desordenadamente en mi cabeza. ¿Qué había ocurrido? No recordaba nada, sólo que me había despertado sola y a oscuras en una habitación de un sótano desconocido para mí.
Deambulé durante un largo rato por las calles intentando encontrar alguna respuesta, todo a mi alrededor estaba en ruinas; edificios, comercios e incluso coches destruidos, así como locales incendiados.
Me senté en el suelo y sollocé con la cara entre las manos durante un largo rato.Y, por fin , comencé a recordar; llevábamos días bajo la amenaza tanto por prensa , por televisión como por el propio gobierno de que cabía la posibilidad de que un asteroide se estrellara con nuestra ciudad. Entonces entendí todo. Cuando ocurrió el impacto , todos salimos corriendo despavoridos de nuestras casas y fue en ese momento cuando recordé vagamente haberme refugiado en el sótano de mi edificio , y ahí estaba la cruda e inexorable realidad , allí , ante mis ojos. ¡Era la única superviviente!
Lloré y lloré durante largo rato, no podía ser posible , y entonces  comencé a sentir un intenso dolor en la espalda; estaba herida, probablemente. Con el fuerte impacto había salido despedida, la sangre corría , empapando mi ropa, el dolor era cada vez más insoportable. Decidí tumbarme un rato en el suelo, y el sueño llegó y ya  más tranquila me abandoné al descanso eterno , cuando esta sensación tan placentera se apoderaba de mí. ¡Oh, qué rabia! Sonó el maldito despertador.