Es por la tarde, pleno enero, pleno invierno. La observo como cada día, pensando en cómo había cambiado esa pequeña niña con los cabellos oscuros alborotados; ahora sus largos rizos que le llegaban casi hasta la cintura, estaban recogidos por una fina diadema de color gris. No solo el pelo había cambiado, sus ojos color miel delineados con una delicada línea negra, miraban con seriedad y madurez, aunque dentro de ellos se seguía reflejando amor y ternura. La sigo contemplando. Pienso en los recreos que pasábamos juntos cuando éramos pequeños, y entre todos ellos, uno destaca. Ese día recuerdo que hacía calor, estábamos escondidos en la parte trasera del colegio, al lado de una huerta. Ella estaba llorando porque su padre se iba durante 6 meses a un viaje militar. Nos sentamos debajo de un árbol, no sabía qué decirle, cómo consolarla, así que se me ocurrió lo más y apropiado para estos momentos...
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