Lo
confundida y desconcertada que estaba era difícil de explicar, pero al menos ya
no sentía que era el único ser humano en un radio de kilómetros de distancia.
Podía observar la silueta de un joven acercándose por un lado de la playa. No
me explicaba de dónde salió, pero lo importante es que alguien venía. Alguien
que me ayudaría, supuse. A medida que el joven se acercaba podía verle mejor y,
cuando por fin le tuve frente a mí, me di cuenta de que, no sólo era un
acompañante en medio de la nada, sino que también era un acompañante alto, tremendamente
guapo y atractivo, en medio de la nada. Tenía la piel morena, al igual que el
lío de pelo rizado que tenía sobre la cabeza. Sus ojos eran de color miel. Sus
labios finos y de un rosa pálido. Su mirada era profunda, humilde e indefensa
y, cuando pensaba que no se podía ser más perfecto, el sonido de su voz llegó a
mis oídos. Una voz dulce, pero intensa.
-Mi
nombre es Ken. Vos no sois de aquí, ¿verdad?
Fruncí
el ceño. Mi desconcierto aumentaba cada vez más. ¿He escuchado bien? ¿”Vos no
sois de aquí”? ¿Eso ha dicho? ¿Se puede saber en qué planeta estoy? No tuve más
remedio que responder con otra pregunta. No la pensé. No la planeé. Fue, más
bien, un acto reflejo.
-¿Qué?-
dije con un hilillo de voz.
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