lunes, 9 de abril de 2018

"Áznol" (2) de Manuel Rodríguez




Entre aquellos guerreros se encontraba el joven Cedium, que no era precisamente un buen luchador, pero se había visto obligado a acudir a la guerra. En su familia todos se dedicaban a los zapatos, excepto él y sus dos hermanos mayores, Zaz y Meldo, que también habían ido a la guerra, aunque sólo Zaz quería luchar.
En ese momento, estaban los tres metidos en una pequeña cueva junto a muchos soldados más. Allí no hacía demasiado frío, pero se notaba un ambiente húmedo y el sonido del viento rebotaba en las paredes.
-Señor, todavía no han vuelto los espías, salieron ayer por la tarde.-                                                                            
-No podemos retrasarnos más, tenemos que arriesgarnos.- Dijo, en tono cortante, el capitán. -¡Prepara a los soldados, partimos en menos de una hora!-
Todos los que habían escuchado la conversación se pusieron al momento de pie y comenzaron a recoger sus bolsas. Cedium cogió su arco, heredado de su padre, y se colocó en una fila, detrás del inmenso escudo de Meldo.
Cuando todos estuvieron listos, empezaron a caminar por el estrecho camino de la montaña, muy pegados a la pared. Esa noche, Cedium había visto a cuatro hombres huir del campamento, y no le extrañaba que se hubieran ido unos pocos más. Cada vez le costaba más mover sus empapadas piernas, no soportaba las rozaduras de sus botas y la fila avanzaba cada vez más despacio. Entonces, se le ocurrió un idea que le iluminó el rostro de felicidad: esa noche abandonaría su puesto y se iría de allí con sus hermanos. Se lo susurró a Meldo al oído y él, que ya lo había pensado antes, asintió con la cabeza. En cambio, Zaz, que se sentía el más fuerte y el más valiente de los tres, se negó a traicionar a sus compañeros:
-Cuando lleguéis a casa, nuestro padre os castigará y os obligará a volver-
-¡Venga ya! ¿Eso es lo que te asusta? Nuestro padre no se acuerda ni de lo que ha desayunado, ¡seguro que cuando lleguemos ni siquiera nos reconoce!- Contestó Meldo, ofendido.
-No os reconocerá a vosotros, de mí seguro que se acuerda, nunca olvidará cómo le salvé la vida de aquel enorme pájaro endiablado que…
-¡Vale! Si tú prefieres quedarte, te quedas, nosotros nos largamos esta noche- Repuso Meldo, más enfadado aún.
-¿Y cómo pensáis marcharos? El campamento estará vigilado.-
-Eso no nos supondrá ningún problema, en absoluto.-


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