Era una noche como otra cualquiera. Yo estaba en el apartamento de la playa preparándome para salir con mis amigos de fiesta, a dar una vuelta. Pero este año no era como los otros, este año había uno nuevo en el grupo, era alto, rubio, ojos azules, simpático, el chico perfecto. Cuando me quise dar cuenta me había enamorado de él. Cuando le veía me temblaban las piernas el corazón me daba brincos, parecía que quería salirse de mi pecho, los ojos se me iluminaban, todo era tan bonito... Hasta que llegó la última semana de playa, en la que si no hacías algo te podrías llegar a arrepentir toda tu vida. Pues ahí estábamos, todos los del grupo sentados en la orilla del mar recordando viejos veranos en ese mismo sitio. Entonces llegó él, se sentó a mi lado y me dijo que este verano había sido el mejor, que todo había cambiado y que se había dado cuenta de que se había enamorado de mí; en ese instante no sabía cómo reaccionar. Me pidió empezar una relación y le dije que sí. Cuando llegamos a Madrid, todo era igual; quedábamos, nos queríamos. Una noche él me regaló una pluma, y me dijo que cada vez que viese esa pluma que me acordase de el. Esa misma noche discutimos, y yo le di la pluma. Al día siguiente había colegio y él no vino a clase ni el lunes, ni el martes, no había noticias de él. El miércoles vinieron unos policías a mi clase diciendo que querían darme una mala noticia: Ángel había muerto; también me dieron otra cosa, era un sobre con mi nombre. Y una frase que decía Sin ti no soy nada, te lo dije. Cuando terminé de leer la nota, vi la pluma sobresalir de aquel sobre, sí, nuestra pluma. Dejé caer el sobre al suelo mientras mis lágrimas también lo hacían.
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