Era una oscura y fría noche de invierno. Mientras el dulce olor a pollo asado llegaba a mi habitación, observé algo bastante extraño. A lo lejos, los arbustos de mi increíble patio empezaron a moverse y una larga sombra apareció frente a mi ventana. En ese preciso momento, mi madre de me dijo que la cena ya estaba lista y que la familia Ramírez ya había llegado.
Bajé lo más rápido posible, saludé a los invitados y esperé a que se fueran para volver a asomarme a la gran ventana de mi habitación. Desde ella puede observar que detrás de los arbustos no había nada, ni una sola alma a la que culpar por mi nerviosismo. Decidí tomar una taza de chocolate caliente como hacía desde que tengo memoria. Subí y me senté en la cama.
Una piedra rebotó contra el cristal de mi venta. Asustada, me levanté de mi cama lentamente y me dispuse a salir al balcón para ver qué o quién había lanzado esa piedra.
Para mi sorpresa, enfrente de mi había alguien y, por la forma de su sombra, era la misma persona que había estado un par de horas antes frente a mí.
Mi madre entró en mi cuarto y me pidió que cerrase la ventana y que me acostara. Cuando se fue, me volví a asomar y esa persona ya no estaba. ¿Quién sería? Y sobre todo… ¿Qué hacía en el largo jardín de mi casa?
Estas preguntas me llevaron a pensar otras muchas más. Lo que impidió que aquella noche durmiese.
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