Viernes 17 de
julio de 1936:
Aquella tarde
salí de la escuela y le vi, con sus pantalones de cuadros, su camisa azul un
tanto desteñida y su pelo engominado. Me esperaba junto a su vieja bicicleta.
Fuimos a pasear por el Retiro, buscando el frescor de la tarde bajo aquellos
robustos árboles. Mi corazón latía con fuerza mientras él me agarraba la mano.
Empezó a caer la noche, y Marcos me acompañó a casa. La inseguridad en las
calles de Madrid aumentaba debido a las numerosas revueltas de las últimas
semanas. En el portal, Marcos me invitó a cenar con él la noche del 18 de
julio. Muy entusiasmada me acosté pensando en él, y el todo lo que me esperaría
al día siguiente.
El canto de
los pájaros me despertó aquella calurosa mañana. Empecé los preparativos, elegí un vestido blanco, me
arreglé el pelo, las uñas… Mientras tanto la idea de volver a ver a Marcos
permanecía en mi cabeza.
Marcos era de Madrid, como yo. Desde pequeños
pasábamos el día juntos en el parque o tomando helados mientras él me contaba
hazañas de su padre que era piloto. A medida que pasaron los años, Marcos y yo
nos hicimos inseparables. Todos los días venía a buscarme al colegio, y me
acompañaba a casa con su vieja bicicleta. Y así día tras día.
Cuando cayó la
tarde, por la radio se escucharos las primeras noticias de un posible golpe de
estado. Yo no le di ninguna importancia, lo único en lo que pensaba era en
Marcos y en la cena a la que me había invitado esa noche. Era nuestra primera
cena juntos. En cuestión de segundos, numerosos bombardeos y disparos de
empezaron a adueñar de Madrid. Los militares iban reclutando a los ciudadanos
ya que se necesitaban soldados, hasta que llegó el turno de Marcos. Nunca más
le volví a ver. Mi corazón quedo roto y una profunda tristeza se apodero de mí,
acompañándome durante años. Mi familia fue evacuada a Valencia donde vivimos
los duros años de la guerra en los que no pude dejar de pensar en Marcos.
Han pasado
treinta años desde entonces. He vuelto a Madrid. Todos esos recuerdos me
atormentan mientras paseo por las calles. Sin darme cuenta estoy delante de la
que fue mi casa. Miro en todas direcciones buscándole, y entonces le encuentro.
Con sus pantalones de cuadros, su camisa azul un tanto desteñida y su pelo
engominado con la raya al lado, me espera junto a su vieja bicicleta.
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