Camino despacio, sigilosa, bajo la tenue luz de la luna; orgullosa ilumina mi camino a ninguna parte. Noto la tierra que se encoge bajo mis pies. La oscura noche se cierra tras mis pasos. La humedad me arde en la blanca piel; sofocada, decido acostarme sobre la corteza áspera de un abeto. El ulular de un búho en la penumbra se pierde en la lejanía. Una brisa fresca me recorre el cuerpo y me relaja por un instante, pero, sin embargo, esa brisa parece huir de algo insospechable. Las amenazadoras nubes oscurecen el cielo y el bosque entra en silencio. Tan solo puedo percibir el crujir de hojas secas bajo unos pies firmes que parecen avanzar sin temor alguno hacia mi posición. Atormentada al divisar la sombra de lo que sea que avanza hacia mí, trato de huir del nocturno espectro pero mis intentos son en vano pues noto su inerte mano que atraviesa mi pecho y me arrebata lo que me llevó hasta allí, la pieza que mueve mis deseos, mis anhelos y mi persona, mi corazón. El dolor es tan intenso que sólo pienso en despertar. De repente, vuelvo en mí. Otra vez la misma pesadilla, quién sabrá qué significa. Solo recuerdo una frase del ser que me acecha en el bosque… nada es tan fácil. Decido no pensarlo, pero, entonces, veo tu foto sobre mi escritorio ¿recuerdas? Aquel noveno cumpleaños, fue inolvidable, me escribiste una carta sobre la amistad y lo que significaba, tan sólo éramos crías, pero de eso poco queda ya . Hace dos meses que no hablamos, y parecen dos años. Todo por culpa de los malditos sentimientos, éstos al igual que los sueños, son algo incontrolable, la mayoría de veces inexplicables, ciertamente alocados y en ocasiones, revoltosos. No sabes nunca qué es lo que verdaderamente deseas. Pierdes el control sobre ti mismo por el simple hecho de no saber qué es lo que te guía cada vez que abres la boca para fastidiarla, pero, parece que no importa, parece que no es suficiente, porque al rato vuelves a cometer el mismo error. Me arrepiento de muchas cosas, pero no por haberlas hecho, si no por el efecto que pudo, en su momento, producir en los demás, jamás quise herir a nadie por ser envidiosa y, por ello nunca dudé en pedir perdón, aunque me costara. No puedo decir que siempre he sido una chica respetuosa y admirable, pero sí te puedo asegurar que jamás traté de dañarte. Te diría que sigo confiando en ti, pero mentiría. Es difícil recuperar eso a lo que llaman confianza; la nuestra, se quedó entre susurros perdidos en la envidia del que no sabe lo que habla. Duele recordar lo que fue y no será jamás, pero aún duele más tu indiferencia ante la evidencia de la situación. No me importa sufrir por las dos partes, no me importa ver que sigues adelante cuando yo estoy atrapada en el pasado, no me importa. Pero siento lástima por ti, porque algún día, sí, algún día próximo, te darás cuenta de todo, verás lo que has perdido y lo poco que has ganado. No te deseo el dolor, ni la agonía, ya que no te guardo rencor ni mucho menos odio, pues me resulta difícil hasta nombrarlo, el odio: tan poderoso que pudo acabar con millones de personas por sentir más allá de lo que debían y experimentar la pasión en su forma más trágica; sinceramente, no quiero acabar así.No me pidas que te perdone, pues no lo haré, no me pidas que lo olvide, porque no podré, no sigas, pues aunque creas que no todo está perdido, poco queda ya por recuperar. No es que yo no quiera, es que soy incapaz. Porque…¿ sabes? Como ya oí una vez: nada es tan fácil.
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martes, 27 de abril de 2010
"Lo llaman traición" (Alba Cogolludo)
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