Aquella vez sucedió, nadie sabía cómo ocurrió y cuando busco respuestas no las encuentro. Pero estaba claro que era grave. Mi padre catalogaba lo sucedido como un desastre, mi madre como algo increíble, y mi hermano… bueno, mi hermano no opinó nada.
Era un domingo por la mañana, cuando los primeros rayos de sol se filtraban por los agujerillos de la persiana en mi habitación. A los quince minutos de un sosegado silencio salí del cuarto para acto seguido entrar en el salón donde se encuentra la adorada por unos y… ¿la odiada por otros? Bueno, la tele. La encendí y puse, cómo no, la Sexta , mi canal preferido. Me tumbé en el sofá a ver la fórmula 1.
Dormí en el sofá durante dos horas, porque las carreras me gustan y siento pasión por los coches. Demasiado que supe que Alonso quedó cuarto.
Ya eran las 10 de la mañana, entonces, lo vi.
Vi a mi hermano entrar en el salón medio sonámbulo y vi cómo sus manos se extendían mediante un movimiento eterno pero ininterrumpido a coger el ordenador, mientras yo estaba viendo cómo entregaban los trofeos de la carrera. Estaba observando la tele con tanto interés que me había pasado desapercibido todo el rato.
Mi padre y mi madre entraron en la cocina a desayunar. Yo, cansado ya de tele, la apagué y me dirigí a mi habitación a hacer algo, bueno a no hacer nada. A la mitad del camino me di cuenta de que seguía a mi instinto, y yo educado, le obedecí. En ese momento me di cuenta.
Ya eran las doce y no había desayunado, así que, sin llegar a entrar a mi habitación, di media vuelta, y entré en la cocina, esta vez no por instinto. Desayuné. En ese momento sentí un déjà vu.
Bueno, como desayuno todos los días, supongo que es normal, será eso, pensé. No tardé en comprender que había algo fuera de lo normal y que no me había percatado; el caso es que no sabía qué.
En fin, me quité la cabeza de tonterías y me dirigí a mi habitación por segunda vez en el día, saqué mi guitarra, la enchufé al amplificador y me dispuse a tocar. Oí un grito.
Mi madre; que desconectara el amplificador, que no era hora para tocar. Pues nada, sin amplificador. A la media hora me cansé y por aburrimiento más que por ganas, lo hice.
Me puse a hacer los deberes para el lunes. Matemáticas, Sociales, Inglés… bueno, los acabé. Ese momento fue decisivo. Me había dado cuenta de lo que me estaba rondando la cabeza todo este tiempo. Me dirigí al salón y lo inspeccioné. Nada. Me dirigí a la habitación de mi hermano y la inspeccioné. Nada. Me dirigí al baño y lo inspeccioné. Nada. Nada, nada, nada y nada. ¡Qué raro! ¿Dónde estaría mi Ipod?
Bueno, dejé el tema y continué estudiando el examen del viernes; Química.
Ingenuo de mi, ahí tan tranquilo sin darme cuenta de que llevaba 2 días sin desayunar bizcocho de chocolate.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho tu fina y sutil ironía. Por cierto, cuando lo lea ta mère.....
la sutileza del texto... deja un buen sabor de boca
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