Corren, saquean lo que pueden, se esconden, tienen miedo. Aquí, en este pequeño pueblo las casas solían ser diferentes: los abuelos solían sentarse en el exterior de sus viviendas, sentados en sillas de esparto, merendando los postres naturales de la región junto a sus nietos, mientras les contaban historias de sus vidas pasadas. Este solía ser un pueblo muy rico, en cuanto a su riqueza histórica, cultural, artística y económica.
Miles, millones de turistas visitaban y disfrutaban de sus vistas, su cultura, sus montañas y sus costas, admiraban la paz y la quietud de sus calles.
En cierto modo ahora también están quietas, calmadas pero esto no tiene nada que ver con la paz.
Donde todavía queda gente, la histeria ha sembrado el pánico en las calles y mas que paz, lo que en estos lugares se observa es la viva imagen de la guerra.
El pánico y el sufrimiento que aquí se observa es lo que la gente asociaría con la imagen de la guerra.
En las calles que ya quedaron desiertas se amontonan cadáveres mutilados, viudas llorando a sus recién difuntos maridos, hombres llorando a sus mujeres, hijos llorado a sus padres y madres, y padres y madres llorando a sus hijos fallecidos.
Es una escena devastadora, una escena que nadie tendría nunca que ver y mucho menos nadie tendría nunca que provocar.
La gente que lo provoca nunca es la gente que lo paga ni que lo sufre. Ellos han decidido que quieren obtener algo y como no lo consiguen le declaran la guerra al país pertinente. ¿Creerán ellos justa la situación?
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