Colores amarillos, rojos, naranjas, azules danzan por las calles este día. Olores de especias, animales, comida… impregnan las calles. Los gritos, el sonido de las monedas, el tacto de sedas, los doblados, la voz del timador… rondan la plaza.
Gusto y colorido en los puestos de las frutas, olor a muerte en el del carnicero; dulzor en el puesto más admirado, dulzor en el puesto del pastelero. Unos miran, otros tocan, algunos compran e incluso unos pocos roban.
Un día soleado acompaña el momento. Felicidad, niños correteando por las calles, mujeres comprando para sus casas, hombres charlando ensimismados en sus asuntos. Mujeronas bondadosas despachando sus puestos afablemente, cobrando las miserias que el pueblo puede pagar; ancianos rácanos atentos a las ligeras manos de algún niño de la calle; fortachones cortando con fuerza y temibles cuchillos los animales que luego nos alimentan.
Aparece una mujer blanca escapando del hiriente sol con un gran gorro, elegantemente ataviada: ropas blancas de lino ideales para el bullicio y calor de la época; le sigue otro hombre de tez más morena, y ropas blancas también. Se unen con las gentes. Disfrutan del roce con los puestos, del conocimiento de sus productos, de la inmersión en su cultura...
Huele a India.
Grandes casas de piedra van dictando la traza de una estrecha y pintoresca calle. Turistas admiran lo rocambolesco de las fachadas góticas: sus figuras, retorcimientos, vidrieras, antigüedad e historia.
A medida que andamos vamos escuchando una música, música callejera. Un guitarrista velozmente envejecido por la fatiga de la pobreza canta su pena por “cuatro pesetas”. La gente le mira, sonríe, asiente y piensa: “que bien debe vivir este hombre, que gusto trabajar en esta mágica calle”. Esperemos por el bien de la tranquilidad del lugar que el músico no lea pensamientos.
Seguimos la traza de los edificios medievales topándonos con algún puesto de recuerdos, alguno hippie, alguno de comida típica y con una mujer que nos intenta vender un romero para nuestro bien.
Son las calles donde se respira la humedad del paso del tiempo, las que te hacen revivir anécdotas de tiempos pasados, historias llenas de intriga, humor y caballeros… Son las calles que te enseñan la historia de la vieja Europa.
Griterío de castellano impuesto, inunda tus oídos: La lengua del Quixote moldeada al nuevo continente.
Colorido en las flores de las ventanas de las casas de la calle. Vestidos armoniosos, llenos de colores cálidos como su tierra; grandes sombreros acordes con los grandes soles que inundan las aceras. Los coches irrumpen descontrolados por las bulliciosas calles.
Niños vuelven a correr, turistas a asomar sus cámaras ante las ofertas del lugar, trapicheos ocultos en las pocas esquinas oscuras de las calles; soledad de los pobres, que lloran su desesperación…
Buenas formas en los puestos de los aprovechados con los viajeros que tienen dinero; desprecios a los que son vecinos del tendedero.
Buenas formas y alegría en tiendas de buenas gentes, que tratan igual de bien al que les compra que al que les pide…
La alegría del sol sudamericano iluminando el rostro de los transeúntes.
Sabores exóticos, explosiones de innovación, curiosidad y un pequeño asco oculto. Un gran colorido rojo por toda la calle. Frases rápidas, altas, inteligibles.
Gentes peculiares, , que corren de aquí para allá, que hablan entre ellos sin mostrarse aprecio, con el único reflejo del trabajo en sus pupilas.
Multitud de monótonos comercios, luces y carteles en imperiales letras asiáticas.
Altos edificios uniformes, casas amontonadas unas sobre otras, agobiantes espacios cerrados, inmundicias e insectos.
Restaurantes los cuales sus cocinas emanan olores que incitan a entrar y cartas con exóticos platos que en algunos casos echan atrás.
Los asiáticos corren por sus calles, como prohombres, auténticos autómatas del siglo XIX.
Así son las calles de aquellas tierras.
¿Son actuales? ¿O del pasado? ¿Son reales o artificiales?..
Son de ahora y son de antes, ya que la vida en muchos casos poco ha cambiado… Pueden ser reales o fruto de imaginaciones ajenas: Quizás las pinte más crudas o quizás, las pinte más alegres e idealizadas de lo que en realidad son.
Olvidando tecnicismos aburguesados de antaño, y sin utilizar los políticamente correctos de hoy, pensemos en la perfección individual de cada una de las calles, de las muchas que hay; imaginemos lo maravilloso de ellas sin pobreza, miseria, guerras, muerte, hambre…
Deseemos que el momento en que cada una de las calles que pueblan el mundo, puedan ofrecerse sin tapujos, sin dolores y miserias.
Así conseguiremos las calles del mundo que no merecemos.
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