miércoles, 1 de diciembre de 2010

"La papelera" de Coral Rivas

Por lo menos había visto a siete u ocho personas, ninguna de ellas con especto de mendigo, meter la mano en la papelera que estaba adosada en una farola cercana al aparcamiento donde todas las mañanas dejaba mi coche.
Era un suceso trivial que me creaba cierta admiración, porque es difícil imaginarse a la persona con imagen de ese vicio de urracas, sobre todo si piensa en sucias sorpresas que la papelera podría albergar.
Que yo pudiera verme tentado de caer en esa indigna manía era algo inconcebible, pero aquella mañana, tras la tremenda discusión que por la noche había tenido con mi mujer, y que era la causa de no haber pegado ojo, aparque como siempre y al caminar hacia mi oficina la papelera me atrajo como un imán absurdo y, sin disimular apenas ante la posibilidad de algún observador inadvertido, metí en ella la mano, con la misma torpe decisión con que se lo había visto hacer a aquellos penosos rastreadores que me habían precedido.
Decir que asi cambio mi vida es probablemente una exageración, porque la vida es algo mas complejo que la materia que sostiene y que las soluciones que hemos arbitrado para sobrellevarla. La vida es, antes que nada y en mi modesta opinión, el sentimiento de lo que somos más que la evaluación que tenemos. Pero sí debo confesar que muchas cosas de mi  existencia tomaron otro rumbo.
Ahí estaba yo, rebuscando en aquella papelera. No entendía por qué lo estaba haciendo y seguí rebuscando. Al rato encontré una llave redonda y plateada, debía ser nueva. Me preguntaba de qué seria. ¿De un coche? ¿De una casa? Había miles de posibles cerraduras… ¿De qué sería? Me la lleva al coche, ya que no podía volver a casa porque mi mujer estaba todavía enfadada. Me quedé mirándola en el coche, y sonó mi móvil, era mi mujer que me decía que volviera a casa. Al día siguiente me dije a mi mismo que encontraría la cerradura donde encajaría la llave. Me despedí del trabajo, ya que tampoco era gran cosa soy vendedor de enciclopedias de puerta en puerta… así tendría tiempo para la llave y, a los meses de probar suerte en buzones, puertas, coches descarté que la llave tuviera dueño. Mi mujer se enteró de que había dejado el trabajo y me dejó. Se fue se esfumó y me encontré solo con esa llave. Llegue a pensar en tirarla, pero no lo hice, esa llave me estaba arruinando la vida.
Hasta que un día, un impulso me empujó a meterla en un candado de una fabrica y encajaba, y me alegré tanto al pensar que había encontrado por fin la cerradura adecuada. Pero no giraba, no era esa la puerta. Abatido me senté en medio de la carretera y a maldecir a aquella llave. Pasaba por allí una mujer y, al verme de rodillas en medio de la carretera me dio por loco. Os podéis imaginar el resto. Y allí estaba yo sentado en un rincón de una habitación de paredes acolchadas y con una especie de pijama que apenas me dejaba mover las manos. Esa llave me lo quito todo, no sé por qué se me ocurrió meterla en la puerta de mi lujosa celda. Metí la llave, la giré y salí con naturalidad para que nadie sospechara. Pero saltó la alarma y eché a correr, logré despistarlos y me metí en una vieja y mugrienta caseta. Y aquí estoy, siento buscado por miles de policías y huyendo de todos, contándole mis memorias a una almohada con una cara pintada

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