martes, 27 de octubre de 2009

Un ensordecedor ruido

Un ensordecedor ruido, irrumpió, en mitad de la noche, turbando mi incompleto sueño.

Abrí un ojo, para saber que sucedía, en esta profesión hay que ser como los delfines: Has de tener siempre una parte de tu cerebro despierta por si las moscas...

Mi pequeño habitáculo estaba siendo atacado por un grupo de chavales, jóvenes, fuertes y maleducados ( molestar a un viejo de esta forma...).

Yo me levanté por completo, aparté la manta que cubría mi regazo e intenté escuchar lo que me intentaban decir; ya que de oído no ando demasiado bien. Cuando me acerqué al cristal, todavía adormilado, comprendí que lo que hacían era insultarme en lugar de intentar comunicarse; comprendí que esos golpes que turbaron mi sueño, no había sido el viento, sino patadas y gritos que los jóvenes le seguían propiciando, ahora, a los cristales de la sucursal.

El miedo y el remordimiento empezaron a causar estragos en mi persona; y caí como un peso muerto en la tierra; caí por Newton. Debí quedar dormido nuevamente, o simplemente regresé a el pasado, un pasado que siempre hubiera deseado cambiar.

Son las nueve, Jaime me espera ya en la moto para ir con los demás. Salgo de mi habitación y me encuentro a Luisa, una chica nueva del servicio que está...

Bajo las escaleras y llego hasta el despacho de mi padre, donde le miento con que llegaré antes de las doce, pobre iluso. Salgo del chalet de mis padres en Puerta de Hierro; en la calle me espera Jaime con su Vespa y con sus eternas Ray Ban a media asta.

Al rato llegamos a las callejas de Moncloa, allí hemos quedado con Pedro y Luis.

Entramos a nuestro bareto de siempre y nos tomamos unos cuantos cubatas. Luego la noche sigue...

Nos echan de una discoteca, a la cual ya no se ni como llegué. Nos empezamos a reír: hemos consumido heroína y unas cuantas copas. Por el camino, creo que estamos por Sol; las calles están bacías, muertas. Caminamos mientras cantamos, alguno vomita y otros fuman.

En una esquina, vemos unos cartones, una manta y un viejo. Incontrolados, nos empezamos a reír. Al poco, Pedro empieza a insultar a nuestro amigo pedigüeño...

Jaime se le une, y finalmente Luis. Yo no comprendo muy bien en que consiste esto, pero, que más da, no hacemos daño a nadie: Comienzo yo también a insultarle. Acto seguido, Pedro le pega una patada, y otra, y otra… En el viejo se vislumbrar el terror que siente. Las patadas continúan, los gritos y risas las suceden, el miedo y terror están patentes en aquella funesta esquina.

Esto empeora: Luis, saca el mechero y prende la manta que hay en el regazo del mendigo, todos se ríen menos yo, que no entiendo nada, ¿que hacen? El viejo grita y retira la añosa manta y mis colegas se lanzan sobre él y le siguen propinando una tremenda paliza, que propicia la muerte o algo parecido al viejo.

Ya apenas grita, apenas respira, apenas teme; apenas tiembla, apenas vive...

Mis amigos de la infancia se levantan, vemos al mendigo tirado en el suelo, sin miedo ya en esos ajados ojos...

Las sirenas de la pasma asoman entre la noche serena a lo lejos. Salimos corriendo a toda velocidad, sin pensar en nada, ni nadie; solo pensando en que nos puedan pillar.

Me levanto y veo que sigo en el mismo momento, los jóvenes siguen gritándome y apedreando el cristal. Acabo de recordar todo lo que hice en mi día, cuando era un niño pijo de Vespa y Ray Ban a media asta . Recuerdo ahora a ese pobre anciano, recuerdo a ese pobre hombre, que nunca me ha abandonado; al que un día, yo y mis amigos decidimos dar “un susto”; igual que el que hoy me intentan dar a mi.

Es el destino, es mi castigo... Acabé, en cárcel por el homicidio de ese anciano. Al salir, volví al chalet de Puerta de Hierro de mis padres, los cuales me odian, creo que ese odio es reciproco. Me encontré solo y pobre, igual que me encuentro hoy; igual que ese anciano al cual maté, se encontró en su día.

Me doy cuenta de mi fallo, de mi error, el cual nunca mas volveré a cometer ya que...

Me dispongo a abrir el pestillo del cajero en el cual estoy atrincherado, entonces entraran los chavales e igual que hice yo en mi día, me darán “un susto”; el cual, con suerte acabará con mi despreciable vida.


Original de Eduardo G. Igualada

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