sábado, 17 de octubre de 2009

2 de julio de 1964. Estados Unidos


En un pequeño pueblo de Minneapolis vivía la familia Booth, una familia procedente de África, cuyos antepasados se trasladaron a América hacía ya varias generaciones en busca de una vida mejor. Esta familia se ganaba la vida fabricando y vendiendo caramelos de distintos sabores. No era una familia cualquiera, era una familia acomodada, pero vivían discriminados por su raza. Era una de las familias que más poder económico tenían en el pueblo, la gente contaba con ellos para donar dinero a las reformas del pueblo o para mejorar las condiciones de la parroquia pero no les dejaban entrar en ella. La familia Booth tenía, para orar, que dirigirse a la iglesia que los blancos habían destinado a los de su raza. En cuestiones de dinero, el de la familia Booth era igual de válido para obras sociales que el de los blancos, pero no, para disfrutar de sus comodidades.

El 2 de julio del año 1964 se aprobó la ley de derechos civiles y la familia Booth pensó que era un buen día para ir al cine y más tarde a cenar a un restaurante que, a los niños les encantaba, aunque nunca hubieran podido entrar debido a su raza. John Booth, el padre, pensó, que ya que tenían los mismos derechos que los blancos, después de haber sido aprobada la ley, ¿por qué no? Toda la familia estaba entusiasmada por ir al restaurante pero, cuando entraron por la puerta, el metre del restaurante les dijo que, a pesar de la nueva ley, en su restaurante no entraban negros, y sin más, les echo.

John pensó que no era justo y volvió a intentarlo, pero, esta vez recibió una paliza a manos de los miembros de seguridad del restaurante que le mantuvo tres meses postrado en la cama sin poder moverse. Un mes después, John Booth murió debido a las secuelas provocadas por la paliza. El pequeño de los Booth, Justin, decidió entonces que él quería ser abogado, para poder hacer justicia a la muerte de su padre y de tantos hombres de su raza que fueron maltratados y asesinados por una simple diferencia de color.

A día de hoy, Justin Booth es uno de los mejores abogados de Estados Unidos, con una carrera intachable, a pesar de todos los problemas que tuvo debido a su raza. A parte de practicar la abogacía, Justin Booth ha escrito numerosos libros contando algunas de las historias de las familias que vivían en Estados Unidos en esos años.

Ahora la mayoría de la gente tacha de injustas ese tipo de conductas, pero los estadounidenses tienen que cargar con su historia y lo cierto es que, de esos años, los americanos no pueden estar orgullosos de su historia.

El ser humano suele tener dificultades en aceptar lo diferente, pero la historia de los irreductibles a la justicia siempre consigue poner las cosas en su sitio.

Creo que hay numerosas maneras de pensar, tantas como personas, pero lo que hay que tener en cuenta es que todas las personas tenemos el mismo valor, dejando a parte las riquezas, las posesiones o el estatus social y que nadie debería exigir que se cumpla su voluntad, ni que esté por encima de las demás, ya que lo que nosotros pensamos que está bien, igual a otras personas les molesta o no lo creen apropiado.

La historia nos enseña los errores y los aciertos que han cometido nuestros antepasados para que no se vuelvan a repetir una y otra vez los mismos fallos.

La ley de derechos civiles en América provocó muchas muertes de personas inocentes a manos de otras que decían que su manera de ver la vida es la que valía, evitando el diálogo y usando la violencia y de eso tenemos que aprender, para no cometer esos mismos errores. Ahora, vivimos con estas enseñanzas, pero tenemos que tener en cuenta que se lo debemos a muchas familias que dieron su vida, mejor dicho, fueron privados de ella a manos de otros que los consideraban diferentes.


Original de Laura González

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