El suelo de la plaza estaba lleno de cadáveres.
John los veía, pero una fuerza extraña le anclaba al suelo y no le permitía
moverse. A su alrededor solo podía ver cadáveres, calculó que se encontraba más
o menos en el lugar donde debería estar el árbol de la plaza, pero no lo vio por ninguna parte. Sus ojos fueron yendo
de cadáver en cadáver pasando por los de su mujer, su hermano mayor y su
hermanita. Un ser se empezó a acercar a los cadáveres. Tenía unas uñas del
tamaño de una katana y parecían igual de afiladas. Su sonrisa iba de oreja a
oreja y sus ojos eran negros como el carbón. Lo único que parecía humano en él,
era su pelo castaño y la camiseta y
pantalones que vestía. Mientras contemplaba
los cadáveres, el hermano pequeño
de John, Steve, se acercó al ser con lo que parecía un trozo de cristal en la
mano. Los ojos del ser se dirigieron hacia el niño pero no se movió. John
quería advertirle a su hermanito que se alejara, pero su boca no podía moverse.
Steve empezó a gritarle al monstruo con los ojos llenos de lágrimas.
- ¡John!,
¡John! - dijo el pequeño.
- Estoy aquí, contigo, lo siento- pensó John.
El niño le lanzó aquel cristal a la cara,
consiguiendo abrirle una brecha que le atravesaba el ojo derecho, pocos
segundos antes de que el ser le cortase el cuello con sus garras.
John quería llorar pero las lágrimas no brotaban,
todo lo que más quería del mundo estaba destruido. De repente, el ser se giró
hacia John, comenzó a andar hacia él y con un zarpazo cortó a John a la altura
del ombligo pero, sorprendentemente, no le dolió. Antes de que su cuerpo tocase el suelo, oyó las
palabras del ser diciendo:
– No podrás escapar de mí.
Después se oyó el ruido de unas ramas romperse y
todo se volvió negro.
A la mañana siguiente John se despertó en casa,
empapado en sudor y la cara
manchada de sangre, supuso que le había sangrado la nariz por el
estrés de aquella pesadilla, se levantó corriendo y se dirigió a la plaza donde
sucedió todo, aún con el pijama puesto. Al llegar John vió un montó de
cadáveres ensangrentados y se dio cuenta
que lo que había presenciado aquella noche no fue una pesadilla. Allí se encontraba
el árbol que no vio aquella noche pero esta vez estaba talado irregularmente.
El resto del pueblo empezó a salir de sus casas y al llegar a la plaza los
gritos y llantos se intensificaron. John fue corriendo a recoger a una señora
mayor que acababa de desmayarse.
- ¿Qué te pasa en la cara?- dijo la señora cuando
despertó.
Asustado, John fue corriendo a su casa y se miró
en el espejo y lo primero que vio fueron sus manos llenas de sangre, al igual
que su camiseta y su cara con una
cicatriz que le atravesaba el ojo derecho.
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