miércoles, 24 de abril de 2019

"La plaza" de Lucía Espinosa


El suelo de la plaza estaba lleno de cadáveres. John los veía, pero una fuerza extraña le anclaba al suelo y no le permitía moverse. A su alrededor solo podía ver cadáveres, calculó que se encontraba más o menos en el lugar donde debería estar el árbol de la plaza, pero no lo vio por ninguna parte.  Sus ojos fueron yendo de cadáver en cadáver pasando por los de su mujer, su hermano mayor y su hermanita. Un ser se empezó a acercar a los cadáveres. Tenía unas uñas del tamaño de una katana y parecían igual de afiladas. Su sonrisa iba de oreja a oreja y sus ojos eran negros como el carbón. Lo único que parecía humano en él, era su pelo castaño y  la camiseta y pantalones que vestía. Mientras contemplaba  los cadáveres,  el hermano pequeño de John, Steve, se acercó al ser con lo que parecía un trozo de cristal en la mano. Los ojos del ser se dirigieron hacia el niño pero no se movió. John quería advertirle a su hermanito que se alejara, pero su boca no podía moverse. Steve empezó a gritarle al monstruo con los ojos llenos de lágrimas.
 - ¡John!, ¡John! - dijo el pequeño.
- Estoy aquí, contigo, lo siento- pensó John.
El niño le lanzó aquel cristal a la cara, consiguiendo abrirle una brecha que le atravesaba el ojo derecho, pocos segundos antes de que el ser le cortase el cuello con sus garras.
John quería llorar pero las lágrimas no brotaban, todo lo que más quería del mundo estaba destruido. De repente, el ser se giró hacia John, comenzó a andar hacia él y con un zarpazo cortó a John a la altura del ombligo pero, sorprendentemente, no le dolió. Antes de  que su cuerpo tocase el suelo, oyó las palabras del ser diciendo:
– No podrás escapar de mí.
Después se oyó el ruido de unas ramas romperse y todo se volvió negro.
A la mañana siguiente John se despertó en casa, empapado en  sudor y la cara manchada  de sangre,  supuso que le había sangrado la nariz por el estrés de aquella pesadilla, se levantó corriendo y se dirigió a la plaza donde sucedió todo, aún con el pijama puesto. Al llegar John vió un montó de cadáveres ensangrentados  y se dio cuenta que lo que había presenciado aquella noche no fue una pesadilla. Allí se encontraba el árbol que no vio aquella noche pero esta vez estaba talado irregularmente. El resto del pueblo empezó a salir de sus casas y al llegar a la plaza los gritos y llantos se intensificaron. John fue corriendo a recoger a una señora mayor que acababa de desmayarse.
- ¿Qué te pasa en la cara?- dijo la señora cuando despertó.
Asustado, John fue corriendo a su casa y se miró en el espejo y lo primero que vio fueron sus manos llenas de sangre, al igual que su camiseta y  su cara con una cicatriz que le atravesaba el ojo derecho.

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