viernes, 7 de marzo de 2014

"Viaje al otro lado" de Celia Álvarez. Relato ganador del 2º Premio del Concurso Literario del Colegio Nuestra Sra. del Pilar - Salesianas

Eran las tres de la madrugada. La melodía del teléfono móvil me despertó de repente. A duras penas distinguí el nombre de quien osaba molestarme a una hora tan impropia. El sobresalto fue mayúsculo. En el display pude leer claramente un nombre: MIGUELITO. La cosa podría haber quedado en una broma de mal gusto por parte de un graciosillo, si no hubiera sido porque Miguelito había desaparecido en una zodiac frente a las costas mauritanas dos años antes. Y aun así, si hubiera sido una escritora normal, podría haberme engañado a mí misma, haciéndome creer que era un milagro y un futuro libro de éxito. La diferencia era, que yo sabía que jamás volvería. ¿La razón? Solía mantener agradables conversaciones con los muertos y en este mundillo, las noticias vuelan.
-¿Los fantasmas olvidáis la importancia de dormir de los vivos? –dije al descolgar.
-Da gusto volver a oírte, Clarita. –respondió irónico Miguelito-. Bien Clara, escucha atentamente porque no tengo mucho tiempo… ¿Recuerdas por qué tuve que viajar a Mauritania? -no respondí-. Ya veo que no… Pues verás, yo había descubierto la existencia de una tabla rúnica en Mauritania. Inexplicablemente, me ahogué y por culpa de la tabla, no he podido dejar este mundo. Resulta que, en teoría, la tabla atrapa fantasmas si se deja algo del difunto junto a él. Irónicamente, yo he corroborado eso y es donde está mi cuerpo. Durante dos años, he intentado recuperar mi móvil para usar mis poderes de fantasma y llamarte a ti, concretamente. Y bien, Clarita, ¿vendrás a salvarme?
-¿De verdad quieres que vaya, ahora, a Mauritania, a mover tu cuerpo del fondo del océano? ¡DIME QUE ES UNA BROMA!
-Sé que vendrás, Clarita. Pero, cuídate de los guardianes…-se cortó la llamada.
Varias horas después, estaba en un avión rumbo a Nuakchot, determinando la última ruta de Miguelito. Al llegar, tuve claro que mi mejor opción era ir a un hotel a recupera algunas horas de sueño. Cuando me sentí más descansada, decidí ir al puerto, a coger un buzo y una lancha y terminar con este viajecito de una vez. Tuve la enorme suerte de encontrarme al antiguo ayudante de Miguelito, Ahmed. Él, amablemente, se ofreció a llevarme hasta donde había ido mi viejo amigo, al ver que estaba interesada en la investigación de la tabla rúnica. El trayecto en la lancha fue corto, pero pude pensar en mi última conversación con Miguelito. Había intentado decirme algo, ¿pero el qué? ¿Sería algo de vital importancia para mi viaje? Descarté esa opción. Seguro que era una tontería.
Minutos después, la lancha se detuvo y me zambullí en el agua. No tardé demasiado en ver la zodiac, lo que parecía un cuerpo y la tabla rúnica, todo envuelto en un halo verdoso. Ese era el motivo por el cual no habían encontrado ningún rastro de mi amigo. La tabla ejercía una influencia sobre las cosas que entraban en contacto con ella, haciéndolas desaparecer. Excepto para mí. Lógicamente, moví la tabla y entonces, apareció Miguelito.
-¡Clara sal de aquí ahora! –exclamó, antes de desvanecerse. Entonces, mi mente evocó unas últimas palabras: “el guardián...” Mientras mis pulmones se llenaban de agua, comprendí que nada había sido cosa del azar. Al final, caí en la oscuridad…

Ojalá mi muerte hubiera sido tan rápida como suena. Desgraciadamente, Ahmed era un honorable guardián de objetos tribales de Mauritana y, Miguelito y yo, por meternos donde no nos llaman, habíamos acabado en el otro barrio. No obstante, Ahmed ignora una cosa: ha asesinado a una observadora de fantasmas con ansias de venganza.

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