Era una tarde de invierno, estaba en mi cuarto, sola y como siempre decidí tumbarme en la cama a escuchar música. Después de unas cuantas canciones llegó mi canción favorita, esa que me hace pensar en todo, y sin querer empecé a pensar en él.
Empecé a pensar en sus ojos, sí, esos que me podía pasar horas y horas mirándolos sin cansarme, ese marrón oscuro que tanto le pega; luego pensé en su sonrisa y en todas aquellas veces en las que me había quedado hipnotizada por ella, su forma de ser, la forma en la que me pedía perdón, cuando me picaba o cuando me decía "venga boba, que para mí eres la única". Se formó de nuevo ese nudo en la garganta y sentí cómo empezaban a resbalar las lágrimas por mis mejillas. Seguí pensando en todos esos momentos a su lado, todas esas tardes que pasábamos juntos. Sí, pasábamos. Después de recordar todo esto, pensé: Le sigues queriendo, no te lo niegues. Intentando pasar página, escribir otro capítulo en mi vida, pero este capítulo siempre se queda con una esquina doblada, porque es mi preferido.
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