Eran las 3 de la madrugada. La melodía del teléfono móvil me despertó de repente. A duras penas distinguí el nombre de quien osaba molestarme a una hora tan impropia. El sobresalto fue mayúsculo. En el display pude leer claramente un nombre: MIGUELITO. La cosa podía haber quedado en una broma de mal gusto por parte de un graciosillo, si no hubiera sido porque Miguelito había desaparecido en una zobiac frente a las costas mauritanas dos años antes.
Sin saber muy bien porqué, decidí devolverle la llamada. Al fin y al cabo, era mi hermano. Fue muy inocente por mi parte pensar que alguien respondería, él si no era mucho pedir. Ese silencio al otro lado del dispositivo dolió más que ningún otro. Pasaban las horas y no conseguía conciliar el sueño. Sin percatarme recordé ese día. Cuando nació fue todo un honor ponerle el apodo de 'Miguelito'. Desde entonces todo conocido le llamaba así. Yo era la mayor y debía protegerle como tal. Mi conciencia no estaba tranquila, no me resultaba fácil creer que no era un tanto culpable, debería haberlo evitado. Inesperadamente, el molesto ruido de un SMS me sacó de mi nube. Tan rápido como pude, me dirigí veloz hacia el teléfono móvil. Era anónimo y lo único que contenía era una simple dirección.
No me lo pensé dos veces; me levanté y me dispuse a prepararme. Únicamente me apropié de lo necesario: todo el valor del que disponía. No tardaría mucho en amanecer. Decidí escribir en el GPS del móvil la desdichada dirección y comenzar a andar, cuando apareció una advertencia: DIRECCIÓN INEXISTENTE. No lograba comprender del todo lo que estaba sucediendo; de un momento a otro la única pista que tenía había desaparecido. Ya no tenía nada, pero una parte de mí pensaba si en algún instante había llegado a tener algo. Todo era tan extraño. No me quedaba otra opción que volver a casa y evitar pensar en lo ocurrido. Me era imposible no darle vueltas a la dirección; ¿por qué iba alguien a enviarme una dirección equivocada? Mientras pensaba en ello, me acordé de la vieja biblioteca del pueblo. Había sido demolida hace ya unos años por sus consumidas instalaciones. Era nuestro lugar favorito, nos pasábamos allí el día, juntos.
Y, efectivamente, esa era la dirección que tenía antes de ser demolida, la del SMS. Corrí y corrí como nunca lo había hecho y desaté las pocas fuerzas que me quedaban. Tuve suerte de que no estaba muy lejos y el pueblo no era especialmente grande. Las calles estaban desiertas como lo solía estar la biblioteca; era nuestro pequeño escondite. No podía pensar en otra cosa que no fuera correr rumbo a la biblioteca, o a lo que quedaba de ella. Una vez allí, ya no había nada, solo una triste parcela. Por un momento lo dudé. Dudé haber visto a alguien sosteniéndose en pie en medio del terreno dándome la espalda.
-¿Miguel?- dije confiando en obtener una respuesta.
Acto seguido, el sujeto se giró. Era él. Quise abalanzarme sobre él y disculparme por no haber sabido ejercer mi papel de hermana mayor, cuando todo se volvió oscuro. Su imagen se veía cada vez más y más lejana y se podía escuchar con claridad una voz suave y aguda.
-Cariño, es la hora.- decía.
Parece ser que todo había sido parte de un sueño. Mamá me despertó para no llegar tarde al evento. Qué triste fue asistir a un funeral sin cuerpo alguno.
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