Eran las tres de la
madrugada. La melodía del teléfono móvil me despertó de repente. A duras penas
distinguí el nombre de quien osaba molestarme a una hora tan impropia. El
sobresalto fue mayúsculo. En el display pude leer claramente un nombre:
MIGUELITO. La cosa podría haber quedado en una broma de mal gusto por parte de
un graciosillo, si no hubiera sido porque Miguelito había desaparecido en una
zodiac frente a las costas mauritanas dos años antes. Y aun así, si hubiera
sido una escritora normal, podría haberme engañado a mí misma, haciéndome creer
que era un milagro y un futuro libro de éxito. La diferencia era, que yo sabía
que jamás volvería. ¿La razón? Solía mantener agradables conversaciones con los
muertos y en este mundillo, las noticias vuelan.
-¿Los fantasmas
olvidáis la importancia de dormir de los vivos? –dije al descolgar.
-Da gusto volver a
oírte, Clarita. –respondió irónico Miguelito-. Bien Clara, escucha atentamente
porque no tengo mucho tiempo… ¿Recuerdas por qué tuve que viajar a Mauritania?
-no respondí-. Ya veo que no… Pues verás, yo había descubierto la existencia de
una tabla rúnica en Mauritania. Inexplicablemente, me ahogué y por culpa de la
tabla, no he podido dejar este mundo. Resulta que, en teoría, la tabla atrapa
fantasmas si se deja algo del difunto junto a él. Irónicamente, yo he
corroborado eso y es donde está mi cuerpo. Durante dos años, he intentado
recuperar mi móvil para usar mis poderes de fantasma y llamarte a ti,
concretamente. Y bien, Clarita, ¿vendrás a salvarme?
-¿De verdad quieres que
vaya, ahora, a Mauritania, a mover tu cuerpo del fondo del océano? ¡DIME QUE ES
UNA BROMA!
-Sé que vendrás,
Clarita. Pero, cuídate de los guardianes…-se cortó la llamada.
Varias horas después,
estaba en un avión rumbo a Nuakchot, determinando la última ruta de Miguelito.
Al llegar, tuve claro que mi mejor opción era ir a un hotel a recupera algunas
horas de sueño. Cuando me sentí más descansada, decidí ir al puerto, a coger un
buzo y una lancha y terminar con este viajecito de una vez. Tuve la enorme
suerte de encontrarme al antiguo ayudante de Miguelito, Ahmed. Él, amablemente,
se ofreció a llevarme hasta donde había ido mi viejo amigo, al ver que estaba
interesada en la investigación de la tabla rúnica. El trayecto en la lancha fue
corto, pero pude pensar en mi última conversación con Miguelito. Había
intentado decirme algo, ¿pero el qué? ¿Sería algo de vital importancia para mi
viaje? Descarté esa opción. Seguro que era una tontería.
Minutos después, la
lancha se detuvo y me zambullí en el agua. No tardé demasiado en ver la zodiac,
lo que parecía un cuerpo y la tabla rúnica, todo envuelto en un halo verdoso.
Ese era el motivo por el cual no habían encontrado ningún rastro de mi amigo. La
tabla ejercía una influencia sobre las cosas que entraban en contacto con ella,
haciéndolas desaparecer. Excepto para mí. Lógicamente, moví la tabla y entonces,
apareció Miguelito.
-¡Clara sal de aquí
ahora! –exclamó, antes de desvanecerse. Entonces, mi mente evocó unas últimas
palabras: “el guardián...” Mientras mis pulmones se llenaban de agua, comprendí
que nada había sido cosa del azar. Al final, caí en la oscuridad…
Ojalá mi muerte hubiera
sido tan rápida como suena. Desgraciadamente, Ahmed era un honorable guardián
de objetos tribales de Mauritana y, Miguelito y yo, por meternos donde no nos
llaman, habíamos acabado en el otro barrio. No obstante, Ahmed ignora una cosa:
ha asesinado a una observadora de fantasmas con ansias de venganza.