Era una tarde como otra cualquiera, el típico
domingo un tanto nublado, al igual que mi cabeza. Me encontraba sola para un
lugar tan grande aunque tampoco solía venir mucha gente. Siempre encontraba
hueco para él, para venir a verle. Afuera el tráfico y el ruido quedaba
amortiguado por mis pensamientos, tantos nombres escritos en piedra me
confundían. Después de todo lo que había pasado en estos últimos días era
inevitable pensar que se había ido, que nunca volvería a verle. Ya no había
motivo alguno para preocuparse, mi conciencia estaba tranquila. Me fue
imposible no mirar allí arriba, mis ojos se volvieron húmedos como el ambiente,
pero no serviría de nada, no iba a volver, era perder el tiempo. Tarde o temprano
nos damos cuenta de que no todo es como nosotros queremos, más de uno desearía
no estar allí pero la vida es así de cruel con todos, al fin y al cabo no
podemos elegir. ¿La suerte? Demasiada fe puse en ella. El saber que él siempre
estuvo ahí solo hacía que doliera más, necesitaba su ayuda para seguir
adelante. Mientras haya vida hay esperanza, sí, pero hay ocasiones en las que
esta toma decisiones por sí sola, y como bien dicen, el mayor dolor fue y será
siempre no poder dar amor a quien se ama, y con más razón si no está a tu
alcance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario