Lunes, nueve de la mañana. Me sitúo en mi pupitre como cada día. Miss Fredy se levanta a leer una hoja que tenía junto al montón de sus papeles y dice: Queridos alumnos hoy tendré el placer de presentaros a un nuevo compañero, proveniente de fuera; su nombre es James Dick. En ese momento se abrió la puerta y ahí estaba, obra de un fruto divino, aquel héroe de cualquier película, era todo con lo que una podía soñar: ojos caramelo, piel morena, una mirada que atravesaba las cuatro paredes de la sala , el silencio se hizo en la clase.
Se sentó junto al pupitre al lado de la ventana; pasé toda la hora pensando en aquel chico de rostro cálido. Miles de preguntas rondaron por mi cabeza aquel siete de septiembre, pero la más inquietante era: ¿quién era aquel James Dick, que se escondía detrás de ese rostro apasionante?
Hacía frío, las lluvias golpeaban fuertemente el cristal; quedé mirando largo rato la ventana. Él miraba aquella escena de otoño, yo me dedicaba a mirarle a él; pasaban los días. Se sentó junto a mi, y me contó que provenía de una parte de Holanda poco conocida. Charlamos un rato y decidimos quedar a tomar café. Los meses pasaban y cada vez eramos inseparables. Todas las noches recibía un mensaje suyo, que me hacía sonreír. Él todavía no lo sabía pero yo moría por tenerle entre mis brazos, querría escuchar sus buenas noches en mi cama, sus besos en mis labios, sus manos recorriendo mi espalda, se oía nuestro tema en la radio, así como El siete de septiembre. Iba cada noche a nuestro bar, tomaba lo de siempre, algo que me hiciese olvidar aquello que tenía pero a la vez carecía. Era su pequeña, pero él me hacía grande con todos esos momentos vividos. Él me quiere y yo también pero mi segunda pregunta es: ¿Algún día me querrá de la manera que le quiero yo?
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