Suena el timbre, los niños salen corriendo por la puerta principal, van a los brazos de sus madres, estas les abrazan con mucha fuerza dándoles la merienda que les tienen preparadas. Camino hacia casa observando las calles de este pequeño pueblo, atravieso un puente que pasa por un río, y me pongo a caminar por aquella pradera; la lluvia empezó a caer, mi casa estaba en lo alto de una colina, así que la distancia del colegio a casa era larga. Andaba por el bosque mirando a todos lados; en ese momento estaba sola, lo único que me acompañaba era mi vieja mochila a cuadros. Mientras miraba el cielo, rayos y truenos sonaban, no había ningún hueco azul. En aquel cielo grisáceo, traté de correr a algún sitio donde poder refugiarme, me resbalé y me golpeé contra una piedra, quedé inconsciente durante varios minutos. Al abrir los ojos observé el cielo, ya no había nubes, ni truenos en el cielo, y tampoco estaba la piedra donde me golpeé. Todo era extraño. Me levanté y observé el sitio; era maravilloso, bonito, no había ninguna palabra que pudiera definir todas aquellas sensaciones que me producía aquel lugar. Una enorme cascada caía desde arriba de una montaña, una montaña aparecida de la nada, un sitio que apareció en medio de mi camino, un lugar "mágico". A medida que avanzaba todo me parecía más extraño; delante de mí había un enorme puente que cruzaba aquella cascada. De repente oí una voz que me llamaba; Laia, Laia, Laia... Un señor mayor avanzaba rápidamente hacía mi; una mirada inquietante, y siniestra. Me hicieron correr a toda velocidad. Atravesé el puente rápidamente hasta llegar a un barranco. Consiguió alcanzarme rápidamente con su viejo bastón, me miró y ... acto seguido desperté en mi cama. ¿Habría sido un sueño? ¿Todo aquello sería obra de mi imaginación? Bajé a desayunar, papá no estaba, suponía que habría salido a hacer un recado. La casa estaba fría, coches de policía patrullaban la zona con alta vigilancia. Extrañada por la situación encendí la televisión con el fin de entretenerme un poco, puse el canal de noticias, papá aparecía junto a dos policías. Subí el volumen de la televisión, el periodista declaró un informe ante el publico diciendo: La niña de 14 años llamada Laia Hills, ha sido encontrada en el barranco en el bosque de Meridian; la caída provocó su muerte inmediata. Los forenses están examinado cómo pudo ocurrir tal desgracia; hasta ahora tienen una única pista, un viejo bastón de madera.
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martes, 8 de octubre de 2013
viernes, 4 de octubre de 2013
"7 de septiembre" de Mireia Rocas
Lunes, nueve de la mañana. Me sitúo en mi pupitre como cada día. Miss Fredy se levanta a leer una hoja que tenía junto al montón de sus papeles y dice: Queridos alumnos hoy tendré el placer de presentaros a un nuevo compañero, proveniente de fuera; su nombre es James Dick. En ese momento se abrió la puerta y ahí estaba, obra de un fruto divino, aquel héroe de cualquier película, era todo con lo que una podía soñar: ojos caramelo, piel morena, una mirada que atravesaba las cuatro paredes de la sala , el silencio se hizo en la clase.
Se sentó junto al pupitre al lado de la ventana; pasé toda la hora pensando en aquel chico de rostro cálido. Miles de preguntas rondaron por mi cabeza aquel siete de septiembre, pero la más inquietante era: ¿quién era aquel James Dick, que se escondía detrás de ese rostro apasionante?
Hacía frío, las lluvias golpeaban fuertemente el cristal; quedé mirando largo rato la ventana. Él miraba aquella escena de otoño, yo me dedicaba a mirarle a él; pasaban los días. Se sentó junto a mi, y me contó que provenía de una parte de Holanda poco conocida. Charlamos un rato y decidimos quedar a tomar café. Los meses pasaban y cada vez eramos inseparables. Todas las noches recibía un mensaje suyo, que me hacía sonreír. Él todavía no lo sabía pero yo moría por tenerle entre mis brazos, querría escuchar sus buenas noches en mi cama, sus besos en mis labios, sus manos recorriendo mi espalda, se oía nuestro tema en la radio, así como El siete de septiembre. Iba cada noche a nuestro bar, tomaba lo de siempre, algo que me hiciese olvidar aquello que tenía pero a la vez carecía. Era su pequeña, pero él me hacía grande con todos esos momentos vividos. Él me quiere y yo también pero mi segunda pregunta es: ¿Algún día me querrá de la manera que le quiero yo?
"No siento las piernas" de Inés García
No siento las piernas. El corazón
me late tan deprisa que su pulso es un zumbido en mis oídos. Siento que mis
pies se mueven, pero no por orden mía. No puedo respirar, noto una presión en
el pecho que hace que no pueda inhalar, por lo que jadeo, y eso me consume más
energía. La cuesta es muy empinada, y por más que lo intento nunca llego a la
cima. Una voz de hombre severa, enfadada, me exige que siga hacia adelante.
Mas no me rindo. Entre jadeo y
jadeo pienso que debo seguir, que no puedo tirar la toalla. En el camino hay
una chinita que me hace tropezar. Me caigo, pero me pongo lo más rápido que
puedo con las fuerzas que me quedan en pie. Lo veo todo borroso. Continúo
corriendo a tientas.
Ya no siento nada. EL corazón, la
respiración, el calor, todo lo percibo como si fuera un sueño, y me maravillo
ante esta sensación. Me distraigo y vuelvo a caerme. El asfalto arde por el sol
que lo ha calentado durante todo el día. Apoyo las manos en el suelo, después
las rodillas y consigo ponerme en pie.
La boca me sabe a sangre, y me
pregunto: “¿Qué estoy haciendo?”. No entiendo por qué me he estado esforzando
tanto. Paro. Me encuentro mareada, todo me da vueltas. Subo la cabeza y veo a
ese hombre gordo, que subió la cuesta en moto y no entiende qué me pasa y me
grita una última cosa antes de alejarse. Débil. Tú no sirves. Esas palabras
caen en mí como un mazo. Cierro los ojos y todo es blanco. No soy consciente
del ruido del motor del vehículo, que me deja sola en una carretera fantasma.
"Extraño en mi ventana. Parte final" de Salo Madroñal
Estaba allí, a las cuatro y media y él apareció. Cuando le vi, no podía creer lo que estaba viendo. Era Ronald, el mejor amigo del jugador de fútbol de mi clase. No era quien yo creía pero tampoco era feo, era bastante mono. Al principio estaba un poco distante, como frío, y no se mostró como el chico cariñoso y misterioso que me había enviado aquella nota en la que decía cosas muy bonitas. Cuando la hora de irme se acercaba, tuve que ser franca con él:
-Lo siento Ronald, me pareces genial pero es que tú a mi me gustas solo como un amigo y nada más.
De repente una sonrisa se reflejó en su cara, como si me intentase expresar alivio con disimulo, lo que me pareció bastante raro.
Era, por fin, viernes y las primeras horas de la mañana se me hicieron más amenas de lo habitual ya que no podía pensar la cara de alivio que había puesto Ronald al rechazarle y el timbre sonó. La semana más rara de mi vida había pasado y, sin saber como, el fin de semana lo sería aún mucho más.
Esa sombra extraña volvió a aparecer en mi ventana y, en cuanto la vi, salí al balcón para llamarla. Esta vez sabía que quien era y, al llamarle, no contestó. Echó a correr y, de la nada, una nueva nota apareció:
- Siento no haber asistido a nuestro encuentro en el comedor, pero te prometo pequeña que mañana apareceré en tu balcón de nuevo, pero esta vez a la luz del sol que tú eclipsas. Te espero, tu amado.
En cuanto leí la nota, todo cobró sentido. Ya me parecía a mi bastante raro la cara de alivio de Ronald. ÉL NO ERA. Y entonces, ¿quién era?
La hora ya llegaba, era sábado y él apareció. Recién peinado, con la cara bien lavada y un conjunto bastante mono. La distancia que nos separaba no me permitía ver con detalle quien era pero parecía una buena pieza.
Según avanzaban los minutos, más cerca de mí estaba y mejor se le veía. Llegó un punto en el que podía distinguirle perfectamente y… ¡NO ME LO PODÍA CREER!
El jugador de fútbol más guapo de mi clase estaba en frente de mí, quieto y un poco colorado. Me dio un abrazo y me pidió perdón por haber enviado a su amigo porque le daba vergüenza. Yo le disculpé y dimos un largo paseo por el parque más cercano. La verdad es que la tarde fue espectacular y tuvo el mejor final. Un beso muy dulce, tan dulce que daba la sensación de estar soñando. Después nos despedimos.
El lunes le estuve esperando y, su amigo Ronald me dijo que, hacía un par de semanas, a su padre le habían destinado y que rea probable que no le volviera a ver en dos años. También me contó que su última tarde aquí la pasó conmigo y le comentó que había sido la más especial de su vida.
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