Érase una vez una niña que lloraba. Sus lágrimas caían y su cara se mojaba. Así mientras se entristecía su inocente interior.
Debía tener tan sólo 9 o 10 años…quién sabe.
Se encontraba acurrucada bajo la sombra de un árbol. De un árbol solitario, entre un silencioso sitio.
Se abrazaba sus piernas y escondía su rostro melancólico. Dejaba caer su suave cabello. Cabello que se juntaba con gotas de agua cristalinas.
Su pequeña voz sonaba entre aquel perdido lugar. Un lugar cuya única esperanza se marchó hace no mucho. Se llevó la suya y la de la niña.
…………
Sí, antes era un hermoso lugar. Un prado lleno de color. Lleno de brillo y grandiosidad. Un prado con flores que aportaban vida y alegría.
Pero las sonrisas se marcharon, casi tanto como cuando un ser querido muere. Se lleva su felicidad. Se lleva la tuya. Y si se puede, la de muchos más.
Aquella mañana, como cualquier otra, la pequeña se despertó y tuvo que descubrir esto.
Aunque fuese tonto, la habían quitado parte de su vida.
Fue un lugar donde pudo vivir anécdotas, abrazos, alegría y felicidad. Fue un lugar donde ella pudo olvidarse de las piedras que entorpecían tu camino. Pudo sentir lo maravilloso que era el mundo. Lo destellante y fantástico que podía ser.
Simplemente cerrando los ojos. Viendo lo que tenía alrededor.
Pero ahora se sentía muy mal. No entendía cómo ese pequeño mundo se había esfumado. Cómo pudo ser tan colorido, y ahora el color no estaba. Sintió su tristeza, y pensó en lo mal que se sentiría la poca vida que quedaba allí.
Todo se había quedado negro. Todo era ceniza a su lado.
Era algo horrible. … “¿Quién ha podido hacer todo esto?”…se preguntaba una y otra vez.
¿Qué granito de arena podía ella aportar, si ya no había nada más que dar?...
Ya no podía volver a sentir la misma luz.
Ojalá…
Tan sólo un intento…
Ojalá…aunque no volviese a ser lo mismo…aunque no sintiese el mismo calor… Ojalá ella pudiera devolvérselo.
Entonces, como un rayo al caer del cielo, sus ojos se abrieron de par en par, con una pizca de ilusión.
Se levantó a una gran velocidad y sonrió al sol.
Tenía una idea.
………………….
Llegó dando saltos a su casa, y una pequeña cesta buscó. Agarró su enorme voluntad y fue a abrazar fuertemente a su madre.
“Ahora vuelvo”, dijo , “ tengo algo importante que hacer”. Su madre al verla tan sólo con una cesta, la dejó ir sonriéndola tiernamente.
La niña cojió su bicicleta, y pedaleando como pudo, salió en su misión.
Lo que no os esperabais es que salió en busca de flores. Pensaba recorrer, si podía, el mundo entero, para recoger todas las que hubiese, sin excepción.
Cogería todas las que existiesen o fueran a existir. Todas , en una pequeña cesta las iba a guardar. Todos los pétalos , verdes ,azules , amarillos… ¡todos! …sin marchitar.
Fue con confianza, atravesando calles y ciudades, sin importar lo que la depararía. Lo hacía por un gran sentimiento que sentía en su interior.
Mientras, se podía ver a personas, que desgraciadamente, se reían de ella.
Otros se asombraban. Y otros en el fondo, parecían comprender. De estos últimos, muy pocos había.
………………
Y así, pasado un tiempo, volvió a aquel lugar.
Un poco cansada, pero con el mismo sentimiento.
Comenzó a esparcir las flores por todos los rincones. Creía que así , volvería a florecer.
Es cierto que eso no podía ocurrir, seamos sinceros, pero hay algo que ella no vio.
Silenciosamente, la vida volvió a brotar. Flores brillantes crecieron instantáneamente del suelo, para volver a iluminar otra vez. Parecía como si alguien, la estuviera agradeciendo todo. Parecía como si la naturaleza volviera a sentir su fuerza.
Pero la niña no se dio cuenta, ella se convenció de que sus flores habían revivido el lugar.
Así, su boca se elevó formando la mayor de las sonrisas posibles. Más grande que cualquier sueño o ilusión.
Así, volvió a sentirse reconfortada en su interior.
…………………
Su madre, que la había observado desde el otro lado del campo, vio todo lo ocurrido.
Comprendió lo que su hija quiso hacer al instante, como si alguien la avisara. Aunque bueno, una madre es una madre.
Aun así, se había quedado sin palabras. Se había quedado muda. No sabía entender lo que había pasado.
Con los ojos abiertos se acercó a su hija, que seguía sonriendo mirando al horizonte. Quiso explicar su sorpresa e intentó razonar.
- ¿Cómo es posible…?- No terminó la frase…no sabía qué decir.
Su hija la miró un tanto interrogante. No comprendía mucho la cara de su madre.
La mujer intentó volver a la realidad, y pudo a su hija preguntar…
- ¿Por qué has querido meter todas las flores existentes en esa pequeña cesta? …si no se puede…y…y…- Seguía estando algo anonadada- Aún así…ha funcionado…de algún modo- Soltó mientras volvía a mirar aquel brillo extraño que había vuelto a renacer.
Era sencillo e inexplicable. Brillante y grandioso. Todo era un simple sentimiento. Un sentimiento mayor que el universo.
La niña volvió a sentirlo, y pudo contestar:
- Porque en el corazón cabe todo el amor del mundo, y mucho más.
1 comentario:
Pequeño gran cuento. Me gusta esa visión positiva en la que reflejas perfectamente el aroma de la esperanza.
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