Me levanto y me miro al espejo. Una pequeña
cicatriz adorna mi frente transmitiéndome al mismo tiempo infinidad de
sentimientos. Me recuerda que tengo que luchar para cumplir un objetivo
especial. “Salvar miles de vidas”.
Todo comenzó una mañana. Soy espía y me habían
encomendado una tarea muy importante: revisar un laboratorio desconocido y las
pruebas que en él se estaban realizando.
Esa mañana me tocaba entrar. Abrí la puerta de
la entrada trasera y, tras cruzar una serie de pasillos, encontré justo lo que
estaba buscando.
Exactamente en el centro de una sala cuadrada
había una especie de cápsula rodeada de muchísimos cables, donde podía caber
una persona. Me acerqué, deseoso de averiguar lo que era y estuve a punto de
gritar de la ilusión.
Acababa de descubrir que en un laboratorio no
muy grande y desconocido, estaban inventando una máquina del tiempo. No había
nadie, ni siquiera cámaras de seguridad. Decidí entrar en el ordenador del
mismo y buscar todos los archivos que estuviesen relacionados con la máquina.
Llegué a la conclusión de que todavía no funcionaba. Volví a acercarme al
maravilloso invento y me introduje solamente para comprobar si de verdad cabía
en ella.
En ese momento sucedió algo que para nada
esperaba. La máquina se encendió. Empecé a gritar, pero nadie acudió en mi
ayuda. Todo comenzó a brillar y a temblar con mucha intensidad, lo que me
obligó a cerrar los ojos y cuando los abrí, me sangraba la frente y vi que
había aparecido en una ciudad que se asemejaba
a Nueva york, pero mucho más moderna.
Había proyecciones en el cielo por todos lados que enseñaban unas
escenas horribles. La gente se congregaba entristecida alrededor de las
pantallas. Tardé unos minutos en descubrir que se trataba de un homenaje. Me concentré
un poco más en escuchar la voz de la proyección y descubrí que hablaba de una
guerra en el 2096. Un enfrentamiento de pobres contra ricos, que terminaría con
el lanzamiento de múltiples bombas atómicas. Finalmente habló de la destrucción
total de tres cuartas partes del planeta.
En ese momento comprendí todo. Había viajado
al futuro y estaban homenajeando a todas las personas que habían muerto en la
Tercera Guerra Mundial. Las gotas de sangre continuaban cayéndome por la frente
y decidí irme de allí cuanto antes. Me dirigí hacia la máquina del tiempo, que
había viajado conmigo y conseguí apañármelas para teclear la fecha a la que
quería regresar. Por segunda vez, comenzó a temblar y a brillar con la misma
intensidad. Al abrir los ojos estaba de vuelta al laboratorio, que continuaba
vacío.
Avancé través de los pasillos y llegué a la
puerta trasera. Me metí en el coche para conducir directo hacia mi casa. Una
vez allí me dispuse a curarme la herida que tenía en la frente. La desinfecté,
pero era profunda y me dejó una cicatriz, que recordaría durante toda mi vida y
que me daría una causa por la que luchar: Salvar al mundo de la III Guerra
Mundial.
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