martes, 23 de mayo de 2017

"Atrapado" de Jaime Amores

Atrapado en mis pensamientos, con una parálisis parcial que impedía mover mi cuerpo con naturalidad, una luz tenue atravesaba como flecha el ventanuco de aquella habitación, incidía sobre mis ojos provocándome una ceguera particular. No era molesta lo cual me sorprendió gratamente. No podía ver… pero sentía como que conocía aquel entorno. Era húmedo pero muy caluroso. Podía distinguir distintos objetos o muebles, como, por ejemplo, una lámpara, bastante hortera, una alfombra, de un color llamativo, posiblemente rojo, un velador que sostenía aquella lámpara, un armario empotrado que era el doble de grande que yo, y, finalmente, la cama sobre la que estaba acostado. Era incómoda y tenía dos mantas que me asaban.
Seguía sin poder moverme, pero para más preocupación mía, comencé a escuchar pasos provenientes de la habitación más baja. Escuché cómo empezó a subir escaleras. Estaría a dos plantas de mí cuando se detuvo. Un silencio perturbador dejaba escuchar los “Chip Chip” de los pájaros y el crujido de la madera. Tras escuchar un portazo volví a escuchar cómo silbaba mientras subía las escaleras. Se detuvo, esta vez muy cerca de mí. Literalmente estaba tras la puerta. Una sobra escapaba debajo de la rendija que dejaba asomar la puerta. Giraba lentamente el pomo, sudaba y sudaba. Entró, no encendió la luz con lo que solo dejaba ver su gran aspecto. Medía unos dos metros, escapaba ver su pelo corto y su gran torso. Abandonó la sala, con un portazo, y llegó a mover las persianas que no vi anteriormente. Me asusté tanto que mi cuerpo se accionó. Pude mover mi cuerpo, no obstante, no me quería mover, pero ahora era por miedo. Le eché agallas y me levanté, sin embargo, no hice ningún ruido para que no me escuchase.
Me acerque al ventanuco, retirando aquellas persianas, e intenté descubrir de dónde procedía aquella luz. Venía de otra habitación. Escuché cómo subía corriendo, así que volví a mi cama, escodiéndome tras las sábanas como si fuesen impenetrables. Rápidamente, entró a la habitación, pero tras un momento pensé: “Si no he escuchado cómo abrió la puerta ¿Cómo entró?”. De repente, desapareció; sencillamente se esfumó.

Después de aquel momento, lo decidí: no me iba a quedar parado. Salí disparado atravesando la puerta; no sabía dónde estaba, pero bajé las escaleras. Dilema: “si hay siete puertas ¿cuál escoges?”. Si algo aprendí en la clase de matemáticas fue que tenía un 14% de acertar. Me lancé a una puerta, la abrí y vi lo que me habría pasado si me hubiese quedado. La cerré, y me fui a otra puerta. Di con un armario. No lo dudé. Me metí porque volví a escuchar cómo caminaba hacia mí…

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