Siempre ha estado, solo que
quienes no se mueven no lo notan. Siempre he tenido fascinación por esa jaula,
tan invisible como fuerte. Sin embargo, hay una generación que se ha cansado de
ella, cansado de las ataduras, de las experiencias perdidas, de las vidas
perdidas. Es una jaula que calla a los que quieren gritar, que encierra a los
que quieren libertad, que mata a los que intentan escapar.
Debe haber una forma de
romperla, pero nadie lo ha averiguado. Nadie ha averiguado nada. Nadie se
plantea el porqué de la existencia esa jaula.
Dentro de esa jaula está lo que
las películas de Hollywood nos venden: los príncipes azules que te vienen a
salvar, las princesas sumisas a la espera de ellos. Eso es de lo que todo el
mundo habla, nadie habla de esta generación, donde las princesas cogen arcos,
flechas y espadas y matan a sus dragones. Donde ya no hay madrastas que te
matan para ser la más guapa. Donde los príncipes ya no tienen a quien salvar, y
les parece bien, les parece bien ver como esas indefensas muchachas se
convierten en grandes guerreras, en grandes reinas.
Todo cambia, pero allí sigue la
jaula, intacta, inamovible. Es como si todas las luchas libradas y por librar
no sirvieran de nada. Como si todos los gritos de aquellos que buscan la
justicia, incansables, a pesar de todas las veces que han sido callados, es
como si de nada sirviese. De nada sirven los lloros, los gritos de dolor de
aquellos que han perdido o de aquellos que perderán. Como si todos los
valientes que se han enfrentado a ELLA, la dueña de todos, de nuestros miedos,
de nuestros defectos, de nuestras inseguridades. Esa jaula que es tan verdadera
como invisible. Como si todos sus adversarios, los que han salido victoriosos y
los que no, es como si no existieran. Escondidos de todos, intentando que nos
demos cuenta. De que nos demos cuenta de que ya es hora de quitarnos la venda
de ojos y boca los unos a los otros, de que ya es hora de levantarnos y luchar
contra aquello que nos retiene aquí dentro.
Hora de utilizar aquello de lo que ELLA es dueña en su contra. Hora de
darnos cuenta de que nuestros defectos son nuestras mejores armas.
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