Salí a la calle y estaba vacía.
La cosa era extraña porque era un día especial para el pueblo de Guadalix. Todo
el mundo sabía que hoy ocurriría lo inesperado, lo contado en televisiones,
periódicos, radios… un gran hallazgo, descubrimiento o como dice mucha gente en
el pueblo, “LA GRAN CLONACIÓN”.
Pero era extraño, y ¿sabéis
por qué? Claramente podían ocurrir dos cosas. O que todo el pueblo estuviese en misa, lo cual era
muy extraño en un pueblo con tanta diversidad de culturas, o que hubiese
llegado la noticia a la gente de lo que Rubén y yo vimos el martes de la semana
pasada. Y no es que me refiera a lo que vimos en el bunker, zona últimamente
muy visitada por los jóvenes del pueblo, sino lo que vimos en aquel almacén
abandonado a las afueras de Guadalix. Seguramente faltasen diez kilómetros
aproximadamente para llegar a Soto, el lugar donde nos dirigíamos con nuestras
bicicletas. Al principio, como a toda persona de entre trece y quince años,
solo se nos había ocurrido meternos en el terreno y curiosear un poco. Lo malo
llegó cuando mi inteligente amigo Rubén
se le pasó por la cabeza entrar por una de las puertas traseras. En
efecto, lo hicimos, ya que nos picaba la curiosidad de saber porque era la
única puerta abierta de todo el almacén.
No mucho rato después,
escuchamos a alguien entrar, y rápidamente tuvimos que escondernos; en la
salida estaba la misteriosa persona y dos mujeres rubias de tez morena, eran
las grandes descubridoras, nadie sabía cómo una rusa y una noruega se podían parecer
tanto, pero eran completamente iguales. La más alta, Masha Vasiliev, era un excientifica
de ideas políticas anárquicas, y la de espaldas más anchas era Sasha Montlovri
que coincidió con Masha en una convención de mutaciones genéticas.
Lo que mi buen amigo y yo no
sabíamos es que la persona extraña era nuestro alcalde, el señor Orejas. De
todas formas en ese momento lo único que queríamos era irnos de vuelta a casa.
Rondando las ocho y media de
la tarde, y sin haber podido salir de allí, vimos cómo destapaban “la máquina”.
Después de esto, evitando ser cogidos por estos tres personajes salimos huyendo
de allí…
Cuando llegamos a casa
prometimos esperar al día de la clonación para poder contar lo visto pero, al
parecer, a alguien se le había olvidado cerrar la boca.
Nadie salía de su casa. Creo
que yo era en ese momento la única persona que estaba al descubierto. La gente
se asomaba al balcón para saber quién era el valiente que se atrevía a salir de
su casa. Resultó que si se le había ido la lengua un poco a Rubén. En la plaza,
estaban esperando el Orejas, y las dos científicas. Nadie sabía para qué sería
la tan nombrada máquina. Solo lo sabíamos Rubén y yo, que escuchamos toda la
larguísima conversación en aquel extraño almacén.
Seguramente ese justo día
Rubén no podría ver lo que estaba ocurriendo. Él había enfermado días antes con
gripe y pese a la fiebre que tenía, vino conmigo a la plaza. El alcalde empezó
a hablar, aunque fuese simplemente para nosotros, aunque gracias a dicho
discurso la gente empezó a salir de sus casas para oírle.
“Muchas mentiras se han
contado”, decía el representante local. “La verdad se contará, solo tienen que
esperar cinco minutos o incluso menos”. De repente de una de las callejuelas
que daban a la plaza se escuchó un gran estruendo, y en cuestión de segundos,
el hijo biológico del secretario del
alcalde era doble. Nadie se lo podía creer. ¿Sería un milagro o quizá un hecho
científico? Lo que todos estábamos seguros es que era real y que no tenía ni
malformaciones ni nada por el estilo. Aunque, claro, no todo el mundo sabía las
consecuencias de tal forma de multiplicarse. Era hora de que mi amigo el bocazas
y yo hablásemos.
Horas después de prestarnos
atención muy atentamente, el individuo multiplicado empezó a notar los síntomas
contados. En aquel momento y para que no se le pudiese culpar de nada, el
Orejas se tiró y rápidamente el individuo multiplicado se lo comió. Nunca más
se volvió a saber del alcalde, y el individuo desapareció. Las científicas
fueron detenidas y condenadas a muerte.
Casi nadie cree dicha
leyenda pero, ¿y si esto hubiese ocurrido de verdad? ¿Y si el individuo no
hubiese muerto aún?
Recuerden, algunas historias
son ciertas. Otras, en cambio, aún no han ocurrido.
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