Era 2 de agosto del año pasado, yo estaba, como todos los
años, en Cullera, Valencia.
Iba con mis amigos caminando por la calle y nos llamó la
atención un cartel pegado al escaparate de una tienda de ropa, “I TORNEO DE FUTBOL
SALA CULLERA 2017 “, este era el llamativo título que tenía aquel cartel. En cuanto
lo vimos, nos miramos, sonreímos y seguimos leyendo.
“Tendrá lugar el día 18 de agosto en
el pabellón municipal a las 16.00.
Habrá dos torneos, uno para menores
de 15 y otro para menores de 18.”
Tras unos segundos de silencio tomé la palabra, “Hay que
apuntarse como sea”. Todos teníamos mucha ilusión, y aunque en ese momento éramos
solo cinco, conseguimos convencer a tres amigos más que iban a venir en los
próximos días.
Llamamos al número que vimos en el cartel. Nos dijeron que
teníamos que entrar a la tienda donde estaba este pegado porque allí nos darían
la hoja de inscripción. En esta hoja teníamos que poner los nombres de los ocho
participantes, sus DNI y el nombre del equipo, decidimos llamarlo “Cabanyal
F.C.”, ya que así se llamaba la calle dónde vivíamos la mayoría. Al rellenar
esta hoja nos dimos cuenta de un pequeño problema, teníamos que participar en
el torneo de menores de dieciocho, porque, aunque la mayoría de nosotros
teníamos entre catorce y quince años, tres de mis amigos tenían entre dieciséis
y diecisiete. La verdad es que no nos importó mucho porque tanto los pequeños
como los mayores sabíamos jugar muy bien al fútbol.
Unos días más tarde, cuando llegaron los otros tres chicos
nos pusimos a buscar un sitio dónde entrenar. Tras una tarde recorriendo todo
el pueblo, vimos un instituto con dos pistas, pensábamos que no se podía
entrar, pero una señora desde un balcón nos dijo como colarnos, le preguntamos
si nos echarían, y ella nos contestó que no, que su hijo se colaba muchos días
y nadie le decía nada.
Todo marchaba bien, ya teníamos jugadores suficientes, el
nombre y un lugar para entrenar. Íbamos todas las tardes al instituto, al
principio nos costó adaptarnos al fútbol sala, porque casi todos jugábamos al
fútbol once, pero gracias a un amigo que jugaba en su pueblo de Madrid,
conseguimos aprender y cogerle el truco.
El día antes del torneo volvimos a casa muy tarde de entrenar
y hacía un poco de frío. Fui el único que no se llevó sudadera para después y a
la mañana siguiente me levanté con dolor de cabeza, dolor de garganta y por si
fuera poco, estuve toda la mañana vomitando. Después de esperar quince días a
que llegara el torneo, no pude disputarlo.
Cuando
terminaron el torneo vinieron todos a mi casa y me contaron todo lo que pasó,
golazos, piques, regates… todo con mucho detalle. Quedaron segundos, y como
sabían que me daba mucha rabia no haber podido ir, me regalaron el trofeo de
subcampeones.
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