“Silencio.
Silencio en aquella inmensa explanada. Ese silencio que hace que te estallen
los oídos. Ese silencio que permite escuchar tus propios pensamientos. Un
silencio sepulcral. El silencio que precede a la muerte. No se oía ni un solo
alma, todo el mundo contenía la respiración mientras esperábamos el siguiente
impacto. La bala de mortero cayó como la primera gota que anuncia un diluvio.
El silencio se despedazó y los gritos se adueñaron de la explanada.” Salí de
mis recuerdos y miré la soga que tenía entre mis manos. “Me sorprendí admirando
el fusil que me habían entregado aquella mañana. Apoyé mi mano en la culata,
tallado en madera antigua se podía leer Berthier 1911. Deslicé mi dedo
por el arma hasta llegar al cañón, largo y fino, acaricié la hoja de la
bayoneta, que relucía a pesar del polvo del ambiente, y levanté la mirada.”
Apreté el nudo y dejé la cuerda en la mesa. Me levanté y puse a hervir algo de
agua. “Nunca había visto nada igual. Una inmensa nube verde-grisácea se abalanzaba
sobre nosotros. Tomé una bocanada de aire y sentí fuego bajando por mi
garganta. Empecé a toser y la vista se me nubló.” Sacudí la cabeza y eché unas
hojas de té negro y cáscara de naranja al agua. Así era como ella me había
enseñado a prepararlo, enseguida cogió aquel color cobrizo que tanto lo
caracterizaba. Volví a sacudir la cabeza, pensar en ella era aún más difícil,
pues ya no estaba. ¿Qué me quedaba? “Abrí los ojos en la enfermería. Sentía
adormecido el brazo. Torcí la cabeza y me desmayé al ver la mitad derecha de mi
cuerpo. Al despertarme de nuevo descubrí la atenta mirada del médico. Me dijo
que era el único que había salido con vida y que la suerte me había sonreído.”
Aún hoy, creo que eso no fue una sonrisa. Todavía arrastro esos recuerdos y el
del accid..., el del accidente de mi esposa... Ya no puedo aguantar más... Me
subo a la mesa, me rodeo el cuello con la soga., me dejo caer, y, qué curioso,
la que me sonríe es la muerte.
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