Piénsalo. Un lápiz se
desgasta al usarlo, tú te desgastas con personas que no valen la pena, con proyectos
fallidos, nos desgastamos al subir montañas empinadas para luego ver otras más altas
viviendo la maldición de Sífiso, nos desgastamos al chocar con la realidad, con
la ignorancia, con la sociedad opresora. Nos desgastamos de actuar la vida.
La mina de un lápiz se
rompe. Tú te rompes. Puede ser que se rompa tu pierna o tu brazo, pero también
puede que se rompa tu corazón, nos rompemos al perder una parte de nosotros que
no está ligada al cuerpo: la familia, amigos, amantes…
A un lápiz lo rompen, una
simple jugarreta de niño pequeño para demostrar tu fuerza. A las personas
también nos rompen, nos desechan cuando ya no somos suficiente, cuando somos demasiado.
Empiezas a vivir con miedo e inseguro de ti mismo y no ves el camino amarillo
del
“Mago de Oz”, no ves
absolutamente nada claro, dejas de creer en ti y dejas que otros crean por ti,
si dicen que no vales, es porque no lo vales.
Un lápiz puede ser de
carboncillo o de colores, tú puedes ver la vida en una tonalidad de lancos,
negros y grises, o puedes verla en toda una gama de colores.
Cuando un lápiz se pierde,
te compras otro. Cuando las personas ya te han exprimido todo tu jugo te
desechan. Pero un lápiz también se encuentra, igual que tú te encuentras a ti
mismo y echas a volar con la misma alegría que tuvo Ícaro al emprender su
vuelo.
A un lápiz le sacan punta,
tú dejas que otras personas te moldeen para así poder aprender y crecer como
persona. Hay veces que te afilan demasiado, pero tú eres el que decide qué
hacer con esos pedazos que te quitaron.
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