Una mesa.
Y una carta.
En medio del salón había una mesa de cristal, encima de
ella, una carta blanca con unos cordones grises formando un lazo.
Señora Smith.
Downtown Road, 33.
Su nombre y dirección aparecían impresas. En su mano
izquierda brillaba un abrecartas plateado. Giró la carta y observó quien la
mandaba. Sin remitente. Su mano empezó a temblar. El sudor perlado bajaba por
su frente. La habitación comenzó a estrecharse en su mente, agobiándola, le
faltaba el aire. La carta seguía intacta encima de la mesa. Una parte de ella
pensaba que lo mejor era abrirla y saber lo que ponía en su interior pero ella no se
atrevió a hacerlo. No estaba preparada. Las lágrimas brotaban de sus
ojos sin cesar haciéndole cosquillas al recorrer sus mejillas, se tumbó sobre
el frío suelo de mármol. Oía un pitido constante en sus oídos, que se vio
interrumpido al escuchar cómo intentaban abrir la puerta al grito de:
"policía". Ella se preguntó cómo había podido atropellar a esa
persona, ni siquiera la vio. Esperó su final con resignación. Miró al techo y
dejó que los policías se la llevaran. En ese momento en la casa sólo quedaba...
Una mesa.
Y una carta.
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