Eran las ocho de la mañana. Un chico alto, con pelo muy corto, moreno, con
unos ojos oscuros y grandes, estaba sentado en una mesa redonda, rellenando un
formulario; me senté al lado de él, vi cómo giró la cabeza para ver quién era.
Chocamos las miradas y me fijé en sus ojos oscuros y brillantes, pero nos dimos
la vuelta al instante. Él siguió escribiendo en su formulario. Después de unos
minutos, se levantó y entregó su documento a la encargada del trámite; escuché que
ella le decía que se sentase en un banco de color azul, un poco lejos de donde
yo estaba. Al momento vi como la chica se acercaba a mí, pidiéndome que me
sentara cerca de él. Me acerqué, me senté y me di cuenta que me estaba mirando
fijamente; después de unos minutos empezamos a hablar; tenía una voz grave y
muy bonita. Me fijé en el reloj, se me había pasado el tiempo muy rápido y ya
me tenía que ir a casa. Me despedí de él y me preguntó si algún día nos
volveríamos a ver otra vez, le sonreí, le dije que había pasado un momento muy
agradable, me fui; de reojo vi cómo me sonreía. Y desde entonces no he vuelto a
saber nada de él.
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