lunes, 27 de enero de 2020

"Ojos de hielo" de Lucía González


Cuando la conocí, algo en sus ojos llamó mi atención. Eran fríos, pero en ellos brillaba una pequeña llama, escondida detrás de la muralla que representaban aquellos dos ojos miel. Tenía que haber alguna manera de devolverle el calor, del que estoy segura, había gozado aquella mirada tiempo atrás.
Con el paso de los meses, esos ojos cambiaban constantemente, generalmente eran fríos como el día que los observé por primera vez, pero había ocasiones que, durante unos segundos, el brillo volvía, intenso, gritando para que alguien se fijara en él y acabara con el reino helado que se le había impuesto.
Tenía que haber una llave capaz de abrir esa helada cerradura, y así era, la encontré cuando menos la esperaba, era una pequeña llave oxidada escondida entre los libros de aquella imponente estantería que reinaba en el piso. Cuando tomé la pequeña llave un torrente de emociones invadió completamente mi ser, recuerdos de algo hermoso destruidos por una oleada de dolor, de ese tipo de dolor que te hace querer gritar, del que hace que un millón de lágrimas recorran libres tus ojos, bajando por las mejillas perdiéndose por el cuello.
¿era esto el responsable del reino helado de aquella mirada? Obtuve mi respuesta por su expresión cuando vio la llave en mi mano, una mezcla de miedo, alegría, vulnerabilidad y enfado surcó ese hermoso rostro al que yo adoraba mirar.
Desde ese instante nos prometí a ambos cuidar aquella llave como merecía ser cuidada, poco a poco la calidez se volvió la característica principal de ella. Sus gestos, antes tensos, ahora eran una agradable brisa de verano y su sonrisa, esa sonrisa, iluminaba cualquier estancia.
Nunca más me separé de esa llave, sigue oxidada, pero tengo la sensación de que es un óxido del tiempo, de las sensaciones, de lo vivido. La llave cuelga de mi cuello atada con un pequeño hilo de terciopelo rojo, recordándome con su frío tacto mi promesa.

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