Huía,
como otros muchos, huía. Ninguno de nosotros sabía cuál iba a ser nuestro
destino, las opciones eran escasas, o nos detenían en Turquía o conseguíamos
llegar a Alemania, un país del primer mundo, un país que parecía surrealista
desde la perspectiva de todos los que vivíamos la terrible guerra. Hacía ya un par de horas desde
que salimos de ese mundo de violencia que parecía eterno; de repente llegamos a
un cruce de caminos, los varones fueron hacia el sur, cambiando así de rumbo
para llegar a las islas griegas y las mujeres y los niños al norte, siguiendo
su ruta hacia Alemania.
Las
mujeres y niños caminaban con rapidez; pararon en la frontera de Georgia con
Turquía para beber un poco de agua, estaban sedientos. Un grupo de mujeres se
acercaron a un pequeño pozo que había cerca de una granja que parecía
deshabitada hasta que por el gran portón de el granero salió un hombre de una
edad considerable, tenía una barba larga, blanca y descuidada, al verlo una de las mujeres que estaba cerca del pozo
acudió al hombre velozmente y con pavor, aunque con la esperanza de poder
encontrar refugio en uno de los establos de la granja.
Cuando las otras mujeres vieron la desesperación que
tenía su paisana por encontrar cobijo fueron a buscar la aprobación del resto
del grupo, que apoyaron la idea. Unos veloces pasos se oyeron mientras los más
pequeños se alimentaban y a lo lejos se vio el rostro de una bella mujer, que
pronto reconocieron, era la mujer que había ido a buscar cobijo en esa finca y
traía ……
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