Yo
era un joven soñador en un viaje con el único afán de cruzar los siete mares
nada más que con mi velero y una brújula, o eso pensaba yo.
Saliendo
de un puerto de Venecia, mi ciudad natal, comenzó la historia que cambió mi
perspectiva de la vida y de cómo vivirla. Los primeros meses fueron como me
esperaba, un viaje tranquilo y en soledad, siendo acunado por la suave marea de
un día calmado, uno de muchos, pues al octavo amanecer del cuarto mes sin aviso
alguno una tormenta quebró mi mástil dejándome a la deriva en mitad del azul
desierto que un día tanto me atrajo cruzar.
Al
principio solo quería despertar de la supuesta pesadilla obra de mi imaginación
que se mostraba ante mis llorosos ojos, estaba encallado en un coral gigante,
en una ruta sin transitar debido a los arrecifes de coral, que aunque alberguen
más vida de la que te puedas imaginar tienen una cara opuesta, siendo capaces
de hacer encallar hasta al más robusto de los barcos. Una vez que admití que no
era un sueño y al borde de perder la poca cordura que me quedaba, los problemas
se fueron presentando uno tras otro, pero el que más me preocupó fue el de la
comida y el del agua potable, ya que un sorbo de la salda agua en la que
flotaba sería suficiente para aumentar mi sed y acabar antes con la reserva que
me quedaba. Me repartí la comida y el agua para cinco días los cuales tenía que
asegurar mi sustento de comida y agua. El más simple en apariencia era la
comida, ya que estaba rodeado de cientos de peces. El problema fue que yo no
era el único cazador y todo estaba infestado de tiburones, que acechaban mi
barco haciendo imposible sumergirme a por algo que llevarme a la boca. Vagamente
recordé uno de los documentales que de niño tanto me gustaban, en los cuales
observe como con unos pedazos de madera y una cuerda ingeniaba una extraña
trampa similar a una nasa. Con la idea en mente y sin ninguna mejor, me decidí
a intentarlo. Hice una revisión en los camarotes para ver de que disponía,
cuando me di cuenta de que medio barco estaba inundado por causa de una brecha
gigantesca. En ese momento, me pregunté por que no me había hundido hace tiempo,
tardé en darme cuenta de que el coral en el que estaba varado también me
impedía naufragar.
Entendí
que debía apartar la trampa de los animales cercanos ya que solo conseguiría
cebarlos.
Mientras
pensaba escuché un chapoteo en el camarote inundado. Por la la grieta del casco
habían entrado dos peces, que al estar en un espacio pequeño me resultó fácil
capturar. La curiosidad de los peces los llevaba a explorar el barco y de esta
manera conseguía todos los peces que necesitaba. El problema del agua fue más
fácil de solucionar gracias a un filtro que encontré en el botiquín, capaz de
hacer potable la salada agua del mar.
Una
vez solucionado el problema principal, que era mi subsistencia, me ocupe de
buscar la manera de escapar de este
naufragio. Realicé señales de humo, escribí el símbolo SOS en la vela del barco,
pero nadie me vio. Hasta que un día, por fín, divise un barquito que pasaba
cerca, y con un último y desesperado intento, queme la vela y todo lo que pude,
generando una gran columna de humo que consiguió llamar su atención, logrando
así salir de este desierto mojado.
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