Me caí de cara al mar, y, debido a su tamaño, la ola me hizo dar mil vueltas. Tanto dentro como fuera del mar se notaba la presión. Todos creían que había muerto, pues habían pasado dos minutos y la ola seguía obligándome a dar millones de volteretas y prohibiéndome salir a coger aire. Poco después conseguí salir a la superficie pero no me sentía bien, no podía respirar y las siguientes olas me tragaban. Pero ya nadie se fijaba en mi, para esa gente desde que conseguí sacar la cabeza de aquel infierno ya no existía. Trascurridos unos minutos conseguí recuperar el aliento y darme cuenta de todo lo que había sucedido. Miré dentro, en mi corazón, y sentí aquel fuerte sentimiento de alegría, porque aunque a mucha gente le extrañase al menos por unos segundos había conseguido dominar la ola y eso era lo que me hacia levantar la cabeza y seguir adelante.
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