Elevando su espada infundió coraje en
los pocos aliados que quedaban vivos. Había sido una ardua lucha por la defensa
de La Torre, aquel lugar que por muchos años había sido el hogar de numerosos
guardianes y guardianas, pero hoy no es así, hoy La Torre se había convertido
en un sangriento campo de batalla, en el cual centenares de guardianes habían
perecido a causa de las incontables hordas de cabales. Zabala se dispuso a
continuar combatiendo, cuando en el horizonte se divisó una enorme nave de unos
dos kilómetros de largo, la cual se acercó al suelo y de ella salieron dos
imponentes monstruos, los cuales iban vestidos con unas armaduras de una
aleación de metal y hierro, una capa roja y otra dorada y en los hombros
llevaban numerosos galardones. Zabala vio claramente que se trataba del general
de la flota cabal Ghaul, y de su fiel hermano el comandante. Ghaul y su hermano
miraron a los pocos guardianes que quedaban vivos y con un leve movimiento del
brazo ordenó matarlos. Los guardianes que quedaban no podían hacer frente a un
ejército de esas magnitudes, así que con unos últimos esfuerzos por sobrevivir
fueron masacrados brutalmente. Solo quedaba un superviviente, el último
guardián del universo estaba allí frente a un ejército y su general.
Cogió una bocanada de aire, desenvainó su espada y se abalanzó contra todos ellos, con la única idea en la mente de
vengar a todos sus compañeros asesinados. Venían de todas partes, pero con el
gran control de la espada que tenía Zabala conseguía que nadie se le acercase.
Ghaul cansado de ver cómo un solo hombre derrotaba a toda una legión, se acercó
y le atestó un gran puñetazo que lo tiró al suelo. Partió la espada que estaba
usando y le levantó del suelo agarrándolo de la cabeza, y le susurró al oído:
-Ya no queda nada, la oscuridad ha
vencido, ríndete y muere en paz.
Zabala al oír aquellas palabras, un
desgarrador sentimiento se aferró a él y con una expresión de enfado le grito:
-Nunca nos vencerás, la oscuridad nunca
ganara, porque la luz siempre vuelve a salir.
Ghaul que todavía sujetaba con su mano
el cuerpo lleno de heridas y bañado en sangre de Zabala lo zarandeó un poco y
lo tiró al fondo de un acantilado mientras se reía y regresaba a la nave con su
hermano para celebrar la victoria.
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