Atrapado en mis pensamientos, con una parálisis parcial que
impedía mover mi cuerpo con naturalidad, una luz tenue atravesaba como flecha
el ventanuco de aquella habitación, incidía sobre mis ojos provocándome una
ceguera particular. No era molesta lo cual me sorprendió gratamente. No podía
ver… pero sentía como que conocía aquel entorno. Era húmedo pero muy caluroso. Podía distinguir distintos objetos o muebles, como, por ejemplo, una lámpara,
bastante hortera, una alfombra, de un color llamativo, posiblemente rojo, un
velador que sostenía aquella lámpara, un armario empotrado que era el
doble de grande que yo, y, finalmente, la cama sobre la que estaba acostado. Era
incómoda y tenía dos mantas que me asaban.
Seguía sin poder moverme, pero para más preocupación mía,
comencé a escuchar pasos provenientes de la habitación más baja. Escuché cómo
empezó a subir escaleras. Estaría a dos plantas de mí cuando se detuvo. Un
silencio perturbador dejaba escuchar los “Chip Chip” de los pájaros y el crujido
de la madera. Tras escuchar un portazo volví a escuchar cómo silbaba mientras
subía las escaleras. Se detuvo, esta vez muy cerca de mí. Literalmente estaba
tras la puerta. Una sobra escapaba debajo de la rendija que dejaba asomar la
puerta. Giraba lentamente el pomo, sudaba y sudaba. Entró, no encendió la luz
con lo que solo dejaba ver su gran aspecto. Medía unos dos metros, escapaba ver
su pelo corto y su gran torso. Abandonó la sala, con un portazo, y llegó a mover
las persianas que no vi anteriormente. Me asusté tanto que mi cuerpo se
accionó. Pude mover mi cuerpo, no obstante, no me quería mover, pero ahora era
por miedo. Le eché agallas y me levanté, sin embargo, no hice ningún ruido para
que no me escuchase.
Me acerque al
ventanuco, retirando aquellas persianas, e intenté descubrir de dónde procedía
aquella luz. Venía de otra habitación. Escuché cómo subía corriendo, así que
volví a mi cama, escodiéndome tras las sábanas como si fuesen impenetrables.
Rápidamente, entró a la habitación, pero tras un momento pensé: “Si no he
escuchado cómo abrió la puerta ¿Cómo entró?”. De repente, desapareció; sencillamente se esfumó.
Después de aquel momento, lo decidí: no me iba a quedar
parado. Salí disparado atravesando la puerta; no sabía dónde estaba, pero bajé
las escaleras. Dilema: “si hay siete puertas ¿cuál escoges?”. Si algo aprendí
en la clase de matemáticas fue que tenía un 14% de acertar. Me lancé a una
puerta, la abrí y vi lo que me habría pasado si me hubiese quedado. La cerré, y
me fui a otra puerta. Di con un armario. No lo dudé. Me metí porque volví a
escuchar cómo caminaba hacia mí…
No hay comentarios:
Publicar un comentario