Estoy cayendo. El viento agita mi pelo y me impide
oír nada. Abro los ojos y lo último que
veo antes de sumergirme en el agua, es el cielo. Un cielo de un azul precioso.
Caigo al agua y el frío me envuelve, entumece mis brazos y me corta la
respiración. El tiempo parece detenerse, no se escucha nada y reina la
tranquilidad. Da la impresión de que estoy en otro mundo, un mundo perfecto en
el que no hay preocupaciones. Por un instante me quedo quieta, sin poder moverme,
pero al momento, todo mi cuerpo se mueve, luchando por salir a la superficie y
regresar, como quien despierta de un sueño. Tomo una bocanada de aire fresco y
el sol acaricia mi cara. Oigo a las gaviotas y miro hacia arriba buscándolas.
En vez de aquellas aves, mis ojos se topan con la cima del acantilado y me
pregunto cómo he sido capaz de saltar desde allí. Recuerdo que alguien me dijo
alguna vez que el valor no se trata de la ausencia de miedo, sino de la
capacidad de hacerle frente. Supongo que tiene razón, y por lo que me viene
encima iba a necesitar mucho valor. Suspiro mientras me relajo en el agua y una
sensación de nostalgia empieza a invadirme. Es mi último verano, pero no quiero
marcharme, me gusta este lugar. Sonrío tristemente mientras observo las nubes,
que anuncian cambios. La vida está llena de imprevistos y nunca sabes que te
deparará el futuro. Entonces cierro los ojos y empiezo a recordar. Por mi mente
pasan imágenes, recuerdos como un tren que no tiene parada. Un hospital, salas
de espera, un médico explicando de la manera más suave que no podían hacer nada
para ayudarme... Todos se sorprendieron de que me tomase la noticia de una
forma tan serena a pesar de mi edad, todo el mundo me compadecía, pero nadie
realmente se acercaba a mí para preguntarme cómo me sentía. Lágrimas han
comenzado a resbalar por mis mejillas y se mezclan con el mar. Aquí tumbada,
flotando en el agua del sabor de mis lamentos, es fácil olvidar la realidad.
Una parte de mi ya no tiene fuerzas y me dice que me rinda, pero hay otra que
me dice que siga luchando, que aunque ya sepa cuál es mi final no por eso voy a
estropear lo que me queda. Y esa es la diferencia que marca a las personas y
que las define, su forma de afrontar la vida y lo que ella conlleva. Sí, puede
que sea mi último verano, pero también va a ser el verano de mi vida.
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